SAGRADO HOSPITIUM

PACTOS DE AMISTAD EN LA CELTIBERIA SORIANA

En un tiempo en el que los pastores abandonaban los pueblos y marchaban a extremar, las mujeres celebraban reuniones nocturnas al calor de una vieja chimenea cónica. Estos son los "trasnochos", momentos en los que se relataban antiguas historias y leyendas mientras se cosía, hilaba y cardaba la lana. 
Aquí va el nuestro en particular ...
La diplomacia y el hábito hospitalario del que se hacen eco las fuentes clásicas parece ponerse de manifiesto a través de las téseras de hospitalidad. Estas son una serie de piezas que, funcionando a modo de “salvoconductos”, revelan posibles acuerdos de libre circulación de personas, objetos o bienes de intercambio comercial, y que se datan generalmente en torno al siglo I a.C., aunque recogiendo y materializando prácticas que serían anteriores. Este tipo de compromisos de ayuda mutua y de amistad debieron de ponerse en práctica desde la habilidad de las élites sociopolíticas a la hora de tejer sus bases clientelares, pudiendo haber sido la llave de los movimientos de ganado a larga distancia, ya que solo así se reduciría considerablemente el riesgo y el tan insistente clima de inseguridad aludido para estos momentos, que por otra parte no sería muy distinto al del comercio y no por ello dejó de llevarse a cabo. 
Unos pactos que debieron sellarse entre grupos de familias extensas, como así queda recogido en la denominación personal celtibérica que nos ha llegado a través de la epigrafía ya de época romana, donde se aprecia en primer lugar el nombre propio e individual, después por un genitivo de plural la denominación de la “familia extensa” y finalmente la filiación representada por el nombre del progenitor en genitivo seguido de la palabra kentis “hijo”. 
Al respecto, contamos en Soria con varias de estas piezas que, a pesar de no implicar contactos entre comunidades muy alejadas entre sí, suponen una mínima muestra de este tipo de acuerdos. 
Hagamos entonces mención, en primer lugar, a la famosa tésera con forma de cerdo procedente Uxama, que en una de sus caras cuenta con una inscripción en silaboalfabeto celtibérico, cuyo planteamiento de traducción (UNTERMANN, J.; GARCÍA MERINO, C.) vendría a ser el siguiente: 
 
"(¿)Como voto(?) (¿)ofrezco(?) a los Esainos (¿)hospitalidad(?) en nombre de Uxama (=Osma), (yo,) Saigios (,hijo) de Baisa, el céltico (=celtíbero)" 

De ser acertado, estaríamos ante un acuerdo sellado mediante dos legados procedentes de clanes celtibéricos distintos, uno arévaco (Uxama) y otro posiblemente vacceo, quizá procedente de la Rauda hispanorromana del itinerario de Antonino. En cuanto al significado de la tésera, creemos ver una posible vinculación con prácticas ganaderas trashumantes que asegurasen el libre tránsito de pastores y ganados. Quién sabe si en relación con las posibilidades de aprovechamiento de determinados pastos o bellotas del entorno de Uxama, tal y como ha venido sucediéndose hasta épocas relativamente recientes con el desplazamiento de porcino procedente de Tierras Altas. Esto explicaría la morfología de la pieza, además de su menudo tamaño (5'5 cm. de largo, 4'5 de altura y unos 1'5 de grosor), ideal para ser fácilmente trasportable a modo de contraseña.

Otro ejemplo de tésera de hospitalidad lo encontramos en las cercanías de Almazán, a medio camino entre el Alto Duero y el Jalón, concretamente en Ciadueña (Barca), donde se localizaría una ciudad celtibérica posteriormente a este hallazgo (yacimiento de “Las Eras”). 
La pieza se encuadraría dentro de las de tipo geométrico, quedando formada por cuatro “dedos”, una argolla en la parte superior y el interior vacío para recibir la otra mitad, siendo igualmente fácilmente trasportable. 
Cuenta con inscripciones en tres de sus caras, cuya lectura lakai·laiuikaino·baklatioku ha sido traducida con reservas como: “En Langa de Laiuikaino de los Balatiokos”. 
De este modo, se estaría haciendo referencia a la ciudad arévaca de Lanka, relacionada con la actual Langa de Duero, casi en el límite de las actuales provincias de Soria y Burgos, que pudiera haber establecido lazos de hospitalidad con la ciudad celtibérica de Ciadueña, donde residirían los miembros de los balatiocos (o quizás pala(n)tiocos, es decir habitantes de la ciudad vaccea de Palantia). Una pieza que además, cuenta con dos paralelos formales prácticamente idénticos procedentes de La Custodia (Viana, Navarra), y Patones (Madrid). 
También geométrica y de bronce, aunque de procedencia desconocida, aparecería la llamada tésera de Arekorata, en la que, por un lado, se haría referencia a un contrato perteneciente a la ciudad celtibérica ubicada en Muro (ArekoraTiKa:Kar), por otro, en su cara B, se vendría a determinar el nombre de una de las partes del acuerdo: Segilaco, el hijo de Melmón del grupo familiar de los Ámicos, mientras que en la cara C se mencionaría al magistrado que ejerce como testigo de su formalización. Es decir, Pistiro Lástico, nombre que algunos investigadores relacionan con el ámbito vettón. 
Sin salirnos de Arekorata, aunque esta vez hallada en la misma localidad de Muro, contamos con otra tésera de hospitalidad de bronce con forma de cabeza de animal cuyos rasgos iconográficos nos remiten a distintas especies como el toro, el caballo y un carnívoro de gran contenido simbólico. Vista de lado, en un lateral, puede observarse una inscripción en letras ibéricas donde se lee: “ToUTiKa”, sustantivo abstracto que encerraría el sentido de “ciudadanía” del portador de esta tésera, es decir un rango similar al de los ciudadanos de Arekorata, aunque esta vez no se puede hipotetizar sobre la procedencia del contratante forastero. 

Por último, traemos una placa de bronce que se ha relacionado con las téseras de hospitalidad, y que fue recogida por A. Schulten en el campamento romano del cerco escipiónico de Peña Redonda, actualmente depositada en el Römisch-germanisches Zentralmuseum de Mainz. Dicho objeto, de dimensiones también reducidas (1,5-1,3 cm.) y morfología inicialmente rectangular, aunque con signos de haber sido doblada intencionadamente, muestra una inscripción en celtibérico cuya lectura sería muko·kaiko, probablemente los dos nombres independientes de los que sellaron aquí su pacto, a pesar de la fragilidad de la pieza y de su forma y tratamiento inusual. 
Por consiguiente, la institución del hospitium celtibérico pudiera haber jugado el papel de mantenimiento de relaciones pacíficas a partir de pactos de mutua asistencia entre grupos tribales, así como para el aprovechamiento común de recursos y posesiones de las partes firmantes, como pastizales. Acuerdos que permitirían a los peregrinos o extranjeros formar parte de una comunidad que no era la suya en calidad de hospites, extendiendo su radio de actuación paulatinamente, hasta que al alba de la romanización se plasmaran sobre bronce incorporando grafías como las que hemos descrito.

AUGURES Y ADIVINOS DE LA PELENDONIA

 En un tiempo en el que los pastores abandonaban los pueblos y marchaban a extremar, las mujeres celebraban reuniones nocturnas al calor de una vieja chimenea cónica. Estos son los "trasnochos", momentos en los que se relataban antiguas historias y leyendas mientras se cosía, hilaba y cardaba la lana. Aquí va el nuestro en particular ...

La preocupación por lo que acontecerá es algo innato al ser humano, de ahí que desde la noche de los tiempos hayan existido múltiples y variadas fórmulas de adivinación.
Concretamente, entre los pueblos celtas, parece que fue común la predicción del futuro a partir de la observación del vuelo de las aves. Unos augures que, probablemente, fuesen llevados a cabo por sacerdotes especializados, a los que se les consideraría adivinos, como los vates galos o los faith de Irlanda. Aunque para el ámbito ibérico no conozcamos bien la figura sacerdotal que pudiera haber desempeñado dichas funciones.

No obstante, entre las tribus lusitanas, Estrabón (3, 3, 6) hace alusión a la figura del hieroskópos, quien se encargaría de adivinar el futuro observando la caída de los prisioneros al ser sacrificados con un golpe mortal, o a partir del examen de sus vísceras sin separarlas del cuerpo y de las venas del pecho del sacrificado.

Aunque también conocemos la existencia de otras muchas costumbres destinadas a predecir el futuro, como a partir de la observación de las llamas del fuego del hogar, de la caída de rayos o del vuelo de las aves, como así recogiese Silio Itálico (III, 345-354) para los galaicos. O bien mediante la interpretación de las hondas formadas en determinados lagos tras arrojar en ellos unas hachas sagradas, costumbre esta última referida por Suetonio (Galba, 8, 3) a los pueblos del norte.

Incluso nos han llegado noticias de ciertas fuentes como lugares de augurio, caso de las Fontes Tamarici que describe Plinio en el libro XXXI de su Naturalis Historia y que situaría entre los cántabros (Velilla del Río Carrión, Palencia). Allí, la adivinación tenía lugar a partir de la intermitencia irregular del agua, que de encontrarse seca la primera vez de su visita significaba el anuncio de la muerte.

De tal manera, podemos intuir que los ritos adivinatorios debieron estar muy presentes entre los pueblos de la Céltica Hispana, hasta el punto que, durante las guerras numantinas, el propio Escipión tuviese que expulsar a aquellos adivinos y sacrificadores indígenas que campaban a sus anchas en los campamentos romanos, devolviendo así la disciplina a su ejército (Apiano. Iber, 85).

Si bien, no muy lejos de allí, en el ámbito de la alta sierra pelendona, en el corazón de Pinares Burgos-Soria, nos encontramos con una de esas piedras oscilantes que pudieron albergar algún ritual adivinatorio o de cumplimiento de promesas. La conocida “Piedra Andadera”, ubicada en el paraje La Mojonera; en medio de Los Pajareros y La Majada de la Juana de Salduero, aunque haciendo frontera con los límites de Molinos de Duero y Covaleda. Una enorme piedra de aproximadamente 10 metros cúbicos que se apoya sobre la cuerda sosteniendo un equilibrio inestable y que tiene la particularidad de que cuando se ejerce una presión por cualquiera de sus lados se mueve. Este tipo de piedras han sido empleadas en el ámbito celta en rituales religiosos de protección de la salud y la fertilidad, además de como elementos capaces de presagiar acontecimientos o desgracias, así como decisiones judiciales, como en el caso de la piedra oscilante del santuario de Nosa Señora de Barca en Muxía (La Coruña).

Piedra Andadera de Salduero (Foto Javi Calvo)

Otra piedra singular es la que llaman de los "Siete Infantes" o "Mesa de los Infantes", en la Sierra del Almuerzo (Soria), que no deja de ser un gran ortostato de piedra rectangular y aristas curvas de aproximadamente un metro cuadrado de superficie, en el que se aprecian cazoletas esculpidas, canalillos y una serie de signos esquemáticos que vendrían a conformar parte de un monumento prehistórico probablemente del Eneolítico. Es en este lugar donde, según la tradición popular, almorzaron los siete infantes de Salas poco antes de que se les apareciera la virgen, quedando su pie, las cucharas y los platos impresos en la misma roca.

Pero he aquí que en la propia Leyenda de los Siete Infantes de Lara también parece haber quedado inserta la costumbre de origen celta de realizar adivinaciones a partir del vuelo de las aves, como en el bosque de Canicosa (Burgos), donde según se narra, tuviese lugar el primer augurio referido al destino que sufrirían los hermanos. Una predicción que vendría a partir de un águila, animal que Martín Almagro-Gorbea pone en relación por su parecido con la predicción basada en el chillido del águila que recoge la Historia regum Britanniae del galés Geoffrey de Monmouth, una crónica pseudohistórica que debió escribirse entre los años 1130 y 1136. Del mismo modo que en la versión de la leyenda de de la Crónica de 1344 se habla también de una corneja diestra y siniestra, primer presagio que indicaría la recomendación de regresar a Salas y del que los infantes harían caso omiso.

Sin abandonar la zona, encontramos también en el Cantar del Mio Cid, concretamente al comienzo de su destierro, un doble augurio a través del vuelo de sendas cornejas. Unos córvidos que, de nuevo aparecerán en el episodio del paso del río Jalón tras un augurio favorable (I,858-859), muy propio del imaginario celta indoeuropeo, donde el agua es el punto del paso al Más Allá y que recuerda al famoso episodio del paso del río Lethes (Limia, Orense), considerado la puerta de ultratumba o río del Olvido por parte de los soldados romanos a los que se les ordenara cruzarlo (Estrabón Geo. III,3,4).


Para finalizar, no podemos dejar de señalar que, curiosamente, fue a partir de dichos rituales adivinatorios de tradición céltica como se eligiese el asentamiento de la futura ciudad de Ávila, cuya fundación se remonta al año 1090 por la llegada de gentes procedentes de Lara y Covaleda, tierras que, como hemos visto, presentan unas fuertes connotaciones celtas. Donde tanto la romanización, como los cambios que se producen en época visigoda y árabe fueron más débiles, por lo que dichas creencias y rituales relacionados con la adivinación, en cierta medida, pudieron haber perdurado más en el tiempo.

Cuando el Conde Don Remondo, por mandado del Rey Don Alonso que ganó á Toledo, que era su suegro, ovo de poblar á Avila, en la primera puebla vinieron gran compaña de buenos ornes de cinco villas, de Lara é algunos de Covaleda. E de Lará vinien delante, e ovieron sus aves á entrante de la villa, é aquellos que solían catar de zagueros, entendieron que eran buenos para poblar alli, é fueron poblar en la villa lo más cerca del agua. E los de cinco villas, que venían enpos dellos, ovieron esas aves mesmas. E muño Entravemudo que binie conellos, era mas acabado agorador, é dijo por los que primero llegaron, que bieron buenas aves, mas que herraron en posar, por lo bajo, cerca del agua, é que serien bien andantes siempre en fechos de armas, mas en la villa non serian tan poderosos nin tan honrados como los que poblaren la media villa arriba, é fizo poblar i aquellos, é oímos decir á los ornes antiguos é desque nos llegamos asi los fallamos, que fue verdadero este agorador, lo que dijo, probaron tocios muy bien é faciendo servicio á Dios é á su Señor, acrecieron mucho en su honra é en su poder, é entretanto vinieron otros muchos poblar á Avila, é señaladamente Infanzones é buenos de Estrada, é de los ornes é otros buenos ornes de Castilla, e estos se ayuntaron con los sobredichos en casamientos y en todas las otras cosas que acaecieron.”

Crónica Inédita de Avila

En definitiva, una prueba más de aquellas creencias populares con las que el hombre tradicional analizaba su realidad, intentando transformarla de acuerdo a unas prácticas mágicas que se creía condicionaban los acontecimientos naturales. Prácticas que, al menos desde el siglo VI, acabarían siendo denunciadas por la jerarquía eclesiástica, especialmente por parte de San Martín de Dumio y en posteriores concilios toledanos, hasta finalmente quedar relegadas a meras supersticiones.

Aún nos quedará el volver a levantar la vista para contemplar el vuelo de las aves, una vez más, sin temor, en busca de su ausente luz. De ese futuro incierto que parece haber abandonado a nuestros pueblos, sin saber que nos traerá el venturoso augur.

BIBLIOGRAFÍA

ALMAGRO-GORBEA, M. (2018): “Los celtas. Imaginario, mitos y literatura en España”. Almuzara. Córdoba.

DEL RÍO CORNEJO, M.; DE VICENTE CÁMARA, N. (2006): “Salduero en el corazón de Pinares”, Soria, Exma. Diputación de Soria, pp. 95–96.

MARCO SIMÓN, F. (1987) “La religión de los celtíberos” en I Simposium sobre los celtíberos. pp. 55-74

RUÍZ VEGA, A. (2001): “La Soria Mágica. Fiestas y tradiciones populares”. Centro Soriano de Estudios Tradicionales. Colección “Los libros del santero” nº 2. Soria.

LAS AVES DE LUG EN EL CICLO INVERNAL

Lug es la divinidad resplandeciente suprema de los celtas, cuya huella acabaría sincretizándose con la de otros dioses destacados de los pueblos indoeuropeos, como Rudra, Odín, Mercurio o Apolo, existiendo aún en el día de hoy en Europa multitud de topónimos referidos a él.  
Se trata de un dios que abarcaba un buen número de funciones y facetas, de ahí que fuese también conocido como “el de las Mil Artes” y habitualmente se le mencionase en plural. Aunque lo cierto es que su nombre se ha puesto en relación con la raíz  leuk-, que significa brillarcon fuertes connotaciones solares, por lo que Lug sería “el luminoso” o “el brillante”.
No obstante, la literatura de raíz céltica irlandesa, de la que procede gran parte de su mitología conservada, constantemente alude al ornitomorfismo que adquiere la divinidad, en concreto el cuervo. En esta línea, hay quienes afirman que su nombre podría derivar del galo lugus que significaría “cuervo negro”.
Pero, ¿cómo podría un dios luminoso estar representado por el ave negra? Veamos cómo este doble significado podría complementarse, para después proceder a analizar algunos de los aspectos que lo hacen relacionarse con esta y con otro tipo de aves.

1. EL CUERVO COMO MENSAJERO DE LUG
En la mitología celta irlandesa, el cuervo aparece como el ave del Más Allá, surgiendo junto a Lug en el campo de batalla, señalando un lugar, anunciando e indicando la presencia de un héroe y, en definitiva, siendo el ave que contribuye a traer buenos augurios…
De hecho, en un tratado antiguo tradicionalmente atribuido a Plutarco (“Sobre los nombres de ríos y montañas”) se recoge que los cuervos trajeron buenos pronósticos en la fundación de Lugudunum, capital de los galos en época romana (Lyon, Francia).
También en el ámbito de la céltica hispana, se tiene constancia de un santuario al aire libre dedicado a Lug en Peñalba de Villastar (Teruel), donde posiblemente llegasen peregrinos de las comarcas y regiones cercanas para la celebración del Lughnassad o fiesta del inicio de la cosecha, en torno al 1 de agosto. Un lugar sagrado que cuenta con más de 20 inscripciones en sus paredes, así como una representación antropomorfa masculina con rasgos típicos del arte céltico y otra muy estilizada que se trataría de un bifronte con los brazos extendidos. Debajo mismo de uno de los epígrafes relacionados con la divinidad aparecería lo que parece ser la representación de un cuervo.
Incluso de forma un tanto más difusa, podríamos trasladarnos a la punta sudoccidental de la Península Ibérica, actual Cabo San Vicente, donde autores clásicos como Artemidoro, Posidonio o Estrabón informaron sobre los ritos que los célticos del Anas celebraban en el Promontorio Sacro (hieron akroterion), relacionados, según algunos investigadores como García Quintela (2002), con el culto al Sol y el paso al Más Allá (abierto al Océano y hacia el ocaso). En este mismo entorno se documentan mitos y leyendas, así como diversos topónimos que aluden a cuervos, lo que nos pondría de nuevo sobre la pista del viejo culto a Lug. Desde aquí y hasta la costa cantábrica, este mismo autor plantearía la existencia de muchos más lugares sagrados que igualmente debieron estar asociados con estos parámetros, donde además, desde más antiguo (Edad del Bronce), hay constancia de representaciones aviformes en petroglifos (Cabo de Roca, Santa Tecla, Monteferro, Facho de Donón, la península donde está la Torre de Hércules de La Coruña, etc.)
Cabría entonces la posibilidad de que estas aves fuesen oraculares, en tanto en cuanto se encargarían de ser las transmisoras de la sabiduría y las guías de los difuntos hacia el Más Allá. Los mensajeros del dios, sus representantes, teniendo en cuenta la importante dimensión odínica de Lug (Le Roux y Guyonvarc’h; 2009). Así sería como la deidad estaría presente en el cuervo, animal que refleja el sol en su plumaje negro de manera muy significativa, hecho que pudiera explicar su denominación gala.
Puesta de sol desde el Cabo de San Vicente
Ahora bien, y trasladándonos al ciclo invernal, nos encontramos con otra ave peculiar que también sería asociada a Lug, aunque en este caso no de manera perenne como en el cuervo, sino en una dimensión más efímera y renovadora. Nos referimos al reyezuelo (Regulus regulus), un pequeño pájaro de unos 14 cm de envergadura y 5 gramos de peso, cuyo vuelo normal no sobrepasa los arbustos donde reside, al que la tradición popular europea considera que nunca hay que hacer daño, pues entrañaría muy mala suerte.

2.     EL REYEZUELO DE LUG
Recibe su nombre de una leyenda recogida al menos desde el Primer Milenio a.C., tanto en el ámbito griego, en una de las fábulas de Esopo, como en el céltico a través de relatos de tradición oral. En ella se cuenta el procedimiento al que se recurrió para proclamar al rey de las aves, aquel que lograra ascender más alto en su vuelo. Asimismo, antes de comenzar el concurso, el reyezuelo se había ocultado debajo de un águila, de tal manera que cuando ésta llegó a alcanzar el techo de su vuelo, salió de su escondrijo y continuó volando más alto aún que la hasta ahora reina de las aves.
El pequeño pájaro habría demostrado así su astucia para ser coronado soberano por el Dios Sol, que estamparía en su cabeza un rayo solar. Desde aquel momento lucirían los reyezuelos sus doradas crestas, símbolos de su condición.
Pero este hecho suscitaría el recelo del águila que, como contrapartida, según narra la tradición céltica, impondría una geis (tabú u obligación), según la cual debería ser siempre cazado este pajarillo el día después del solsticio (entonces se pensaba que en San Esteban, el 26 de diciembre), tras lo cual se le coronaría como pequeño rey, pero a cambio de que éste nunca pudiera volar más alto que por encima de un matorral, valla o muro. 
La relación simbólica de este pájaro con Lug ha podido rastrearse a través de la literatura medieval galesa de tradición céltica, concretamente en la “IV Rama del Mabinogion” (siglo XI) donde se narra cómo la propia deidad Lleu adquiere su nombre tras cazar a un reyezuelo.
Adentrándonos en su historia, se nos menciona cómo su madre, Aranrhod, le alumbraría en el momento en el que estaba siendo probada su castidad. Esta condición era necesaria para ocupar el cargo de portapiés del rey Math, vacante desde que Gilvaethwy, con ayuda de su hermano el mago Gwydion, desbancaran a la anterior mediante una violación con el propósito de liberarla de su compromiso y poder así tener un idilio con ella.
De tal manera, el recién nacido de la doncella aspirante al cargo de portapiés desaparecería inmediatamente en el mar, mientras que ella, avergonzada, correría hacia la puerta para huir dejando caer un objeto misterioso que el mago Gwydion, ya reconciliado con el rey, recogería y colocaría en un cofre al pie de su cama. Algún tiempo después, él oiría unos gritos desde su interior y al abrirlo descubriría un segundo hijo. Inmediatamente después acudiría a la madre para notificar la buena nueva, pero la vergüenza se apropiaría de ella y no accedería a reconocerle, además de proferirle un conjuro por el que nunca podría tener nombre a menos que se lo impusiese la misma.
Es así que posteriormente, el mago tramaría un engaño para esquivarlo. Él y el niño se embarcarían hacia el castillo de Aranrhod, situado en una isla, disfrazados de zapateros. Una vez allí la madre les pediría unos zapatos que primero confeccionan demasiado grandes y después demasiado pequeños. Esto provocaría que ella se acercara al navío donde estaba instalado el taller, extrañada de que no supiesen hacer los zapatos a medida. De tal manera, al mismo tiempo que conversaba del asunto con el muchacho, un reyezuelo se alzó sobre el puente del navío. El chiquillo le golpeó y lo alcanzó entre el tendón y el hueso de la pata, lo que provocaría las risas de Aranrhod:
 Dios sabe, dijo ella, que es con una mano segura como el “pequeño” lo alcanzó.
, dice el mago Gwydion, que Dios no te recompense, él ha por fin encontrado un nombre bastante bueno: se llamará desde ahora Lleu Llaw Gyffes (Lleu, el Rubio, de la Mano Segura).
 
El episodio relatado de forma sucinta parece entrañar toda una serie de ritos e ideología relacionado con la propia realeza de la divinidad, cuyo nacimiento siempre tiene lugar de un hecho sobrenatural, además de promover simbólicamente el cambio del nuevo ciclo, pues es el propio Lleu que (re)nace al recibir su nombre, al igual que lo hace el sol en el solsticio impulsado de nuevo hacia lo más alto gracias al empuje de Lug.
Indistintamente, resulta curioso que también en Soria, el dios pancéltico Lug se manifieste a través de un ara votiva que dedican los zapateros de Uxama (Osma, Soria) a Lugovibus (plural de Lugoves). Sin duda un aspecto que escaparía de lo meramente casual y que podría demostrar que los celtíberos conocían este mito en el momento en el que dedican el altar.  

Ara que los zapateros de Uxama Argaela dedican a Lugovibus

3. EL CULTO A LUG EN EL FOLKLORE POPULAR
Aparte de en los textos célticos irlandeses y galeses recogidos ya en el medievo, podemos seguir el rastro del culto a Lug a través del folklore europeo.
Curiosamente, serán las costumbres de los pueblos las que mejor nos acerquen a estos aspectos, teniéndose constancia de la tradición de la caza del reyezuelo tras el solsticio de invierno (en San Esteban o en Reyes) en la misma Irlanda, Bretaña, País de Gales, en la comarca escocesa de Galloway, en la Isla de Man o en Carcasona  (Alonso Romero; 2001). Todos ellos lugares de amplia raíz céltica, donde generalmente encontramos grupos de jóvenes disfrazados con caretas, gorros y capas de paja, que se disputarían su captura. Así, el primero en hacerlo sería proclamado rey, colgando al avecilla de un palo o bastón (incluso dentro de un carro o en una rueda) para inmediatamente regresar a la población encabezando la procesión y la ronda por las diversas casas de la comunidad. De esta forma, se deseaba y trasladaba la buena suerte y la prosperidad para el año entrante, a cambio, claro está, de comida y dinero.
Cacería del reyezuelo (Dibujo de F. Alonso Romero)
Además, y sobre todo en lo referente a costumbres de la Irlanda del siglo XIX, aparece testimoniado que, entre los que trasportaban al reyezuelo, había siempre un personaje cómico que iba provisto de una vejiga inflada atada a un palo, y un chico que se disfrazaba de mujer, los cuales hacían reír con sus movimientos y gestos grotescos, mientras los demás cantaban coplas alusivas a la cacería. Unas prácticas que en gran medida acabarían siendo objeto de crítica por la Iglesia, que optaría por prohibirlas en el peor de los casos o por relegarlas al carnaval y adecuarlas a sus ritos en el mejor de ellos. Es más, desde el medievo todo este tipo de costumbres fueron relacionadas con las antiguas prácticas paganas de ornitomancia que realizaban los druidas.
Tradiciones del ámbito indoeuropeo que beben de fuentes muy antiguas, relacionadas posiblemente con el sacrificio simbólico del rey o jefe de una comunidad, gracias al cual se renovaba la vida, se ordenaba el caos primigenio, renacía el año nuevo frente al viejo y en definitiva, llamaban a la venida de suerte y prosperidad para todos. 
Y es que todo dependería de la virilidad de un rey que, si se le mataba antes de que llegara a la ancianidad, se evitaría que la naturaleza sufriera también el mismo proceso degenerativo del ciclo vital humano.
En resumen, en este tipo de ceremonias lo que se estaba simbolizando era la muerte ritual de un rey, para proceder inmediatamente a una nueva coronación, rito que normalmente iría acompañado de su casamiento con la diosa de sus súbditos (en hierogamia), que encarnaría al territorio o a la naturaleza, a quien se le pediría que volviese a dar sus frutos. Incluso en algunos de los ritos documentados, el “grupo del reyezuelo” se hacía acompañar de los llamados caballitos festivos, que consistían en un armazón de madera que representaba la figura de un caballo y que iba cubierto con una sábana blanca. Debajo iba un joven transportándolo sobre sus hombros, y con un sencillo artilugio de cuerdas hacía que la cabeza de madera del caballo abriese y cerrase la quijada, mientras corría asustando al gentío. Representaciones animalísticas que acabarían con el tiempo desapareciendo al ser también censuradas por la autoridad eclesiástica, que vería en ellas la imagen de antiguas divinidades paganas.
Caballito festivo del sur de Gales
Ahora bien, y trasladándonos a la Península Ibérica, también encontramos algunos rituales similares, como en Cabanas, cerca de Ferrol (Galicia), donde se encuentra un gran peñasco en el que está grabada la huella de un pie y donde se dice que antiguamente se nombraban allí a los alcaldes. Igualmente en Vilanova de Lourenzá (Galicia) se tiene constancia que el día primero del año se cazaba al pajarillo en una plantación de manzanos perteneciente al Monasterio de San Salvador, al que se llamaba el “rey Charlo”. Este inmediatamente después era llevado preso con una cinta en una lanza hasta “el Palacio y Sala Vella del señor abad”, que lo recibía como señal de vasallaje, realizando el rito de cortarle algunas plumas con unas tijeras antes de liberarlo, tras lo cual repartiría pan y vino entre los presentes. Seguiría la elección de cuatro nuevos alcaldes en la casa del Concejo, de los que el abad escogía dos. (Alonso Romero; 2001)
Del mismo modo, es inevitable no hacer mención a aquellas mascaradas, reinados de mozos o de “reyes locos”, gallofas, etc., que tienen que ver con el solsticio de invierno y que han seguido celebrándose tanto en la Península Ibérica como en el resto de Europa. En su mayoría, parecen seguir la línea de renovación de la jerarquía social humana, invistiendo alcaldes o reyes caricaturescos que en pocos días mueren ritualmente (normalmente en los 12 días que van entre Nochebuena y Reyes). 
Fiesta de San Esteban de Ousilhao (Tras os Montes, Portugal) (Foto: Carlos González Ximénez)
Tradiciones invernales, que para más inri suelen también acompañarse de zangarrones, zamarrones, botargas o la denominación que reciban. Esto es, aquellas figuras grotescas con elementos animalescos que asustan o ejercen de bufones a la población, teniendo un gran arraigo en Zamora, Galicia, cornisa cantábrica, así como en buena parte de Castilla.
En esta última, tantas veces ignorada a pesar de ser la cuna de la celticidad histórica peninsular, hemos creído encontrar también otro posible rito relacionado con el asunto que aquí nos concierne. Nos referimos a la localidad soriana de Barca, perteneciente a la comarca de Almazán, en cuyas cercanías (paraje de “Las Eras”, Ciadueña) se erigiese entre los siglos II y I a.C. una ciudad celtibérica de tamaño medio junto al río Duero.

Vasija de los caballos (Ciadueña-Barca, Soria)
Aquí, se organizaba una ronda de mozos en navidades que antaño contaba con la confección de un muñeco o “pericopajas” con el que bailaban sinuosamente las mujeres (prohibido por la Iglesia), y que al acabar su mandato temporal era quemado, tal y como era habitual en los reinados de mozos que abundaban en el entorno (en Romanillo de Medinaceli disparaban simbólicamente al rey y le rociaban con vino). Aunque quizás lo más interesante sea que, en el día del solsticio, en Barca se soltaban pájaros en el interior de la iglesia durante la misa.
La coincidencia de fechas resulta interesante, en el momento en el que Lug se encarga de impulsar el disco solar en su recorrido celeste, lo que unido a la suelta de aves y a la celebración de una botarga con reinado de mozos, hace que nos planteemos la posibilidad de que pudieran ser pervivencias de origen céltico. Y más teniendo en cuenta la presencia de la deidad suprema en la provincia por la estela de Uxama citada anteriormente, lo que no es baladí dada la escasez de teónimos existentes en inscripciones de la Península (Fuensabiñan (Guadalajara), Atapuerca (Burgos), Peñalba de Villastar (Teruel) básicamente para el ámbito celtibérico).
No sería de extrañar, por tanto, que algunos elementos relacionados con los viejos cultos a Lug hubiesen podido perdurar hasta casi nuestros días en algunas zonas retardatarias de fuertes raíces celtas, eso sí, muy difuminados ya por el peso de los siglos. De hecho, es en la “Crónica de la Provincia de Soria”, escrita en 1867 por Antonio Pérez Rioja, donde se propusiera que la voz “belos” podría reducirse a la vascongada “vele”, que significa cuervo, cuyo adjetivo derivado “velecoa” se pronunciaba por los romanos “Veluca”, nombre similar al del emplazamiento celtibero-romano que recoge el Itinerario de Antonino Pio en la vía que unía Astúrica con Caesar Augusta a su paso por Calatañazor. Así, de “vele”, según el mismo, saldría por derivación “velasco” (corvino), “velacha” (cuervecito) y por derivación Blacos y Torre de Blacos, localidades cercanas a Uxama, con restos de un pasado celtibérico y quién sabe si denominadas así también por su relación con el propio Lug.
Sin salirnos de la propia Soria, tampoco obviaremos aquí las similitudes de esos caballitos festivos que en Irlanda, Gales y en la Isla de Man acompañaban a los cazadores del reyezuelo, con la festividad de “La Barrosa” que se celebra en la localidad de Abejar. Una auténtica mascarada invernal que habría quedado relegada al carnaval, en la que el animal representado bajo una sábana y un armazón es en este caso una vaca, y de la que ya en otra ocasión relacionamos, no sin discusión, con viejas tradiciones paganas de origen celtibérico.
Conclusiones:
A lo largo de estas páginas hemos ido viendo la faceta más importante de Lug en el ciclo invernal, así como buena parte de sus representaciones simbólicas y pervivencias relacionadas con aves como el cuervo o el reyezuelo. Es decir, en su condición eterna de guía de las almas hacia la luz de la divinidad (cuervo) y en la meramente humana y circunstancial de los reyes que deben ser renovados y coronados anualmente, al igual que lo hace el sol al remontar tras la etapa oscura.
Dejemos entonces trascurrir al invierno, pues sólo este podrá dotarnos o quitarnos lo que verdaderamente necesitemos, encomendándonos al propio ciclo natural, a la vez amenaza y a la vez nuestra propia morada.
Frente a lo robótico y técnico de nuestro mundo, valgan algunos de estos ritos y costumbres invernales asociados a un Lug que nos seguiría recordando nuestro vínculo con aquella tierra en la que perpetuamente germinamos y marchitamos.
Enero de 2020
Bibliografía:
ALONSO ROMERO, F. (2001): “La cacería del reyezuelo: análisis de una cacería ancestral en los países célticos”, en Anuario Brigantino nº 24, págs. 83-102.


DÍAZ MELÉNDEZ M. (2017) "La Barrosa": ritual de origen pagano relegado al carnaval, en http://pelendones-mariodiaz.blogspot.com/2017/09/la-barrosa-ritual-de-origen-pagano.html

GARCIA QUINTELA, M.V. (2002): “El reyezuelo, el cuervo y el dios céltico Lug: Aspectos del dossier ibérico”, en : Arys: Antigüedad: religiones y sociedades, nº 5, págs. 153-202.

GUYONVARCH, Christian J., LE ROUX. Françoise (2009): Los Druidas. Abada Editores. Madrid.
MARCO SIMÓN, F Y ALFAYÉ, S. (2004) «El santuario De Peñalba De Villastar (Teruel) y la romanización religiosa en la Hispania indoeuropea» en Saturnia Tellus: definizioni dello spazio consacrato in ambiente etrusco, italico, fenicio-punico, iberico e celtico : atti del convegno internazionale svoltosi a Roma dal 10 al 12 novembre  págs. 507 – 526.
OLIVARES PEDREÑO, J. C. (2002) Los Dioses de la Hispania Céltica, Real Academia de la Historia. Madrid.

PÉREZ RIOJA, A. (1867):" Crónica de la Provincia de Soria”, en Crónica General de España, Madrid.

TOVAR LLORENTE, A. (1981) "El dios céltico Lug en Hispania", en La religión romana en Hispania, Madrid, págs. 279-282; 

Podcast EL BRILLO DEL HÉROE (Una saga apócrifa sobre los primeros celtíberos del Alto Duero)


“Las madres conmemoraban las hazañas guerreras de sus mayores a los hombres que se aprestaban para la guerra, donde cantaban los valerosos hechos de aquéllos” 
Salustio, Hist., 2, 92

Hablar de la esencia celta es adentrarnos en nuestra propia naturaleza. Como si de un bosque inmenso y frondoso se tratase. Donde caminar por él nos hace estar alerta, a cada paso, a cada crujir de una rama, a cada raíz que sobresale. Es mirar hacia aquello que comenzamos a ser al alba de la Edad del Hierro y reconocer lo que, dos milenios después, aún perdura inmutable en el interior de las gentes que siguen pisando su mismo suelo.

Referirnos a la “Soria Mágica” es penetrar a través del universo de las tradiciones, creencias, misterios y folklore de lo que hoy es esta provincia. Sumergirnos en la fría y oscura noche de los tiempos, donde se oculta la España antigua. Más allá de donde alcanza nuestro recuerdo, allende nuestra propia genealogía, la cual sirviese para sentar los cimientos identitarios de sus primeros pobladores a partir de la construcción de una memoria mítico-heroica propia.



Es por ello que mientras estoy preparando lo que será el libro de "LA ESENCIA CELTA DE LA SORIA MÁGICA", quisiera hacer un adelanto de lo que será su Prefacio, escrito durante 2019 y contribuir con ello a hacer más ameno el confinamiento. Pero esta vez en formato de audiolibro, una grabación casera que tenía guardada en el cajón y a la que se ha dotado de banda sonora (Keltika Hispanna, Sangre de Muérdago,Àrnica, Trobar de Morte, Bardos Druidas, etc.).


En el relato, aunque ficticio, tratamos de adaptarnos a la información histórica que disponemos de los celtíberos del Alto Duero. Desde los orígenes inciertos y los primeros años en el castro del que será el fundador de la estirpe (Parte 1), pasando por el momento de su iniciación en el Moncayo y en una cofradía guerrera (Parte 2), hasta su consagración como líder tras someter todo el territorio (Parte 3) y su declive (parte 4).

Quizás sea el tiempo de dar a conocer este hipotético canto celtíbero, en estas circunstancias de confinamiento, con el fín de amenizarlo y de que sea escuchado como lo hacían las gentes que poblaron Celtiberia.  
Todo ello maridado bajo el fino manto del símbolo y la metáfora que nos proporcianan las leyendas célticas, en un mundo encantado y ritualizado, donde todo es posible...


PARTE 1:
PARTE 2:
PARTE 3:
PARTE 4:

Surgido de la noche, siguiendo a nuestros antepasados,
En nuestra patria, en nuestra tribu, en nuestra familia...
Que podamos ser dignos, que no seamos desterrados
Que no volvamos a desesperar en la noche fría,
pues la llama eterna del héroe nos seguirá calentando.
Canto inspirador que ennobleces mi espíritu, seas cierto o incierto,
ruinas que despiertan la voz de la tierra que seguiremos amando 
haciendo brotar de nuevo la semilla de lo que ya estaba muerto.
EL FUNDADOR DE LA ESTIRPE

Mario Díaz Meléndez
Marzo de 2020

Safe Creative #1609250248614

Licencia Creative Commons
PELENDONES, CELTÍBEROS Y OTRAS HIERBAS por Mario Díaz Meléndez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
Basada en una obra en http://pelendones-mariodiaz.blogspot.com.es/.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://pelendones-mariodiaz.blogspot.com.es/.

TIEMPO DE RECOGER EL MUÉRDAGO

"Los druidas no tienen nada más sagrado que el muérdago y el árbol que lo soporta, siempre suponiendo que el árbol sea un roble. De hecho creen que todo lo que crece sobre el roble ha sido enviado desde el cielo.... Sin embargo, el muérdago se encuentra rara vez sobre el roble, y cuando se encuentra se lo recoge con la debida ceremonia religiosa. Habiendo dispuesto un banquete debajo de los árboles, los druidas traen dos toros blancos cuyos cuernos atan por primera vez, Vestidos con ropas blancas, los sacerdotes suben entonces al árbol y cortan el muérdago con unas hoces de oro y lo reciben otros dos con una capa blanca. Luego matan a las víctimas, rogando a Dios que otorgue propicio sus dones. Ellos creen que el muérdago, tomado como bebida, aporta fecundidad a los animales estériles y es un antídoto contra todos los venenos".
Plinio el Viejo, Historia Natural, XVI, 249
Es tiempo de recogimiento, de disfrutar de la cosecha almacenada, hemos completado el tránsito a la etapa oscura, la noche avanza …
Nos adentramos en el monte Valonsadero, muy cerca de Soria capital, donde confluyen toda una red de cordeles, veredas y cañadas que descienden desde la serranía. Ante nosotros se divisa un evocador paraje natural salpicado de robles, ricos e inagotables pastizales y altos chopos en los que crece el muérdago con mayor profusión que en ninguna otra parte.
Nada es casual...
Y es que nos encontramos en un lugar en el que sin solución de continuidad, se han estado celebrado rituales y ceremonias, reuniones e intercambios, al menos desde el tercer milenio a.C.

Así nos lo sugieren las paredes rocosas en las que se encajonan los viejos caminos ganaderos, donde nos encontramos con un importante conjunto de pinturas rupestres esquemáticas que nos representan en lenguaje simbólico aspectos cotidianos como el pastoreo, la domesticación animal, así como elementos magico-sociales más complejos posiblemente de culto a los antepasados.
Ritos que, a pesar de haberse trasformado con el tiempo, (no olvidemos que es aquí donde se siguen celebrando parte de las fiestas de San Juan), en esencia nos recuerdan que estamos ante un lugar mágico. Posiblemente un arcano santuario al aire libre o nemetón, desde donde los antiguos pobladores de estas tierras sintiesen la manifestación o presencia de sus divinidades, aunque nunca podamos constatarlo a ciencia cierta.
Igualmente en las cercanías, ascendiendo hacia las sierras del Madero y Beratón llegamos a los bosques sagrados de Vadavero y Burado, como así fueron citados por un celtiberorromano como Marcial (I, 49,5). Unos bosques que quizás significasen para los celtíberos los mismo que para los galos el bosque de los Carnutes, un lugar consagrado a los dioses donde se reunían los druidas y donde no se podía entrar armado.

“En cierta época del año, [los druidas] celebraban una reunión en el territorio de los Carnutes —considerado el centro de toda la Galia—, en un espacio sagrado. De todas partes acuden allí los que tienen litigios, y se someten a sus decisiones y dictámenes” Julio César , Bellum Gallicum, Libro VI,13.


Parajes que en definitiva nos traen a la mente evocaciones relacionadas con esa imagen estereotipada del druida recogiendo el muérdago en fechas tan señaladas como Samaín. Un tópico creado por los autores clásicos, que desde la perspectiva civilizadora romana, de forma sucinta y en demasía recogiendo relatos de otras fuentes muy anteriores en el tiempo, nos ha llegado hasta nuestros días.

Pero, ¿quiénes fueron los druidas? ¿se puede afirmar su presencia por estas tierras ?
Para tratar de responder, en primer lugar seguiremos las observaciones directas que hiciera Julio César en su célebre obra La Guerra de las Galias donde podemos determinar que los druidas no eran simplemente sacerdotes, sino una poderosa casta social con diferentes atribuciones. Al mismo tiempo, algunos autores clásicos como Diodoro de Sicilia y Estrabón nos comentan que el druidismo tenía subespecializaciones, como son las de los bardos, poetas que cantan con el acompañamiento de instrumentos semejantes a la lira, y los vates o videntes, quienes predecían el futuro mediante la observación del vuelo de los pájaros y el sacrificio de las víctimas. Una división que por otra parte encuentra sus paralelismos en los Druí, Fáith/Filí y Bard que se mencionan en la literatura medieval irlandesa de tradición céltica.
“En términos generales se puede decir que para todos ellos hay tres grupos que gozan de especial distinción: los bardos, los vates y los druidas. Los bardos son poetas cantores, los vates tienen funciones sagradas y estudian la naturaleza. Los druidas se dedican también al estudio de la naturaleza, pero añaden el de la filosofía moral, y son considerados los más justos, por lo cual se les confían los conflictos privados y públicos, incluso el arbitraje en caso de guerra, y han llegado a detener a los que se estaban alineando para el combate”. Estrabón. Geografía IV. 4,4.
Igualmente sabemos que los druidas consideraron tabú el plasmar por escrito su filosofía y enseñanzas sagradas, de tal manera que éstas debían ser adquiridas mediante el ejercicio de la memoria durante un largo proceso de formación que podía durar hasta más de veinte años. De hecho, es de nuevo Julio César (Comentarios a las Guerras de las Galias VI, 13-14), quien apuntara que las enseñanzas druídicas se adquirían en Britania, concretamente en la isla de Inis Mona (actual Anglesey, Gales). Un lugar que sería destruido por el cónsul Suetonio Paulino en el contexto de la sublevación de los britanos contra Roma del año 58 d.C.

(…) “ante la orilla estaba desplegado el ejército enemigo, denso en armas y hombres; por medio corrían mujeres que, con vestido de duelo, a la manera de las Furias y con los cabellos sueltos, blandían antorchas; en torno, los druidas, pronunciaban imprecaciones terribles con las manos alzadas al cielo. Lo extraño de aquella visión impresionó a los soldados hasta el punto de que, como si sus miembros se hubieran paralizado, ofrecían su cuerpo inmóvil a los golpes del enemigo. Luego, movidos por las arengas de sus jefe, y animándose a sí mismos a no temer a un ejército mujeril y fanático, abatieron a los que encontraron a su paso y los envolvieron en su propio fuego. Después se impuso a los vencidos una guarnición y se talaron los bosques consagrados a feroces supersticiones. Pues en efecto, contaban entre sus ritos el de honrar los altares con sangre de cautivos y consultar a los dioses, en las entrañas humanas”.   Tácito, Anales, XIV, 29-30

A partir de los relatos irlandeses de tradición céltica, concretamente en el Leabhar Gabhála o Libro de las invasiones, conocemos los nombres de algunos druidas míticos como Amairgen, el primer druida de los gaélicos, al que se le atribuyen toda clase de poderes y prodigios relacionados con la Naturaleza. También a Mide, el druida que encendió el primer fuego sagrado de Uisnech, en lo que se consideraba el ombligo de Irlanda, donde desde entonces se reunirían los druidas para sus celebraciones.

Invocación de Amairgen al llegar a las costas de Irlanda
Sin embargo, en la Península Ibérica, no existen evidencias que nos permitan afirmar la presencia de un sacerdocio druídico como el galo o el irlandés, pero si posiblemente de uno en un grado menor.
Así, por ejemplo, contamos con la representación de una escena de sacrificio de un ave sobre un altar protagonizada por un oficiante tocado de gorro cónico representado en un vaso cerámico de Numancia.
Del mismo modo Marco Simón (2005) apuntaría la posible constatación de un sacerdocio a partir de la inscripción en lengua celtibérica de la llamada tésera de Arekorata (la Augustóbriga de los pelendones). En ella aparece el término “ueizos” que califica al nombre propio Bistiros de los Lastikos, relacionado con el teiuoreikis del Bronce de Luzaga, que denota una categoría superior a la del mero redactor del texto y cuyo significado podría tener que ver con la raíz *weid- (“ver”, “saber”), la misma que daría origen al término “druida”. Por tanto, estaríamos ante una palabra puramente celta, con una etimología rastreable en el trasfondo indoeuropeo, “dru-wid-es”, “los muy sabios”, acepción que sería más correcta que la que le diera Plinio el Viejo al asociar la propia palabra druida con “drus”, el roble.
También en la propia Celtiberia contamos con la figura de Olíndico (Floro, Epit. II, 17,9), líder elegido por el mismísimo dios pancéltico Lug, que portando una lanza de plata y demostrando capacidades proféticas y mágicas, provocaría un nuevo alzamiento contra Roma en el 143 a.C. Dicha figura misteriosa, que podríamos asociar a la de un druida, sería alcanzada por una jabalina de un soldado romano al intentar sigilosamente asesinar en su tienda al cónsul que ahí descansaba. Poco más sabemos de este personaje tan interesante.
Tésera de Arekoratas
Por último, aunque en este caso en el ámbito de la Lusitania, contamos con una cita de Estrabón (III, 3, 6-7) que nos habla de la existencia de sacrificios a partir de los cuales se llevarían a cabo vaticinios, “mediante las entrañas de los prisioneros de guerra”, realizados por parte de lo que parece ser un especialista religioso a quien se le denomina hieroskópos, aunque para los celtíberos no contemos con referencias que atestigüen estas mismas prácticas.
No obstante, podemos añadir que una parte de este tipo de sacerdocio celtibérico, así como las creencias colectivas ancladas a un territorio y a unos antepasados determinados, no desaparecerían por completo con la llegada de Roma, sino que se iría reinterpretando y adaptando a través de un largo proceso, propiciando la creación de un universo religioso de nuevo cuño que no sería totalmente romano, pero tampoco indígena.
Todo esto parece constatarse a partir de la aparición de algunos antropónimos asociados a familias de origen celtibérico que continúan consagrándose a divinidades célticas en época romana muy avanzada, como el caso de los Irrico / Iricos, señores de la villa romana de La Dehesa en Las Cuevas de Soria, quienes siglos después de la conquista ofrecerían sus votos a la divinidad céltica Eburos.
De tal manera, las religiones privadas o familiares continuaron siendo la tónica dominante de estas gentes, es decir una “magia menor” que se daría a nivel local y en base a las relaciones de parentesco con una divinidad protectora, lo que les permitiría sobrevivir, ya que aquí no supondría un peligro respecto a la promoción del culto imperial.


En definitiva, aunque no los llamemos druidas, puesto que en Celtiberia no debieron estar organizados a la manera de la Galia o Britania, todo apunta a que los sacerdores celtíberos fueron igualmente los depositarios del legado espiritual, religioso, cultural e ideológico de sus comunidades. Más allá de la visión oscura que nos diesen sus enemigos los romanos, así como de la imagen simpática del mago anciano de largas barbas. Ellos serían los oficiantes de los rituales, los intermediarios entre los dioses y los hombres y los verdaderos guardianes de la tradición, aunque posiblemente quedaran supeditados a la autoridad sagrada que en Celtiberia ejercieran también las jefaturas guerreras (portadores de la soberanía política y mágico-religiosa), las cuales si fueron eliminadas al igual que los druidas galos y britanos.

Trepa y se enreda el muérdago en nuestros bosques sagrados. La rama dorada con la que se coronarían los reyes de otro tiempo. El arbusto transmisor de la energía del cielo.
Muérdago para el que la tradición aún siguiera apuntando que debía situarse en los umbrales de las viviendas y en los corrales de ganado, pues su magia espantaba a los lobos y favorecía los embarazos...


Referencias bibliográficas:

BERRESFORD ELLIS, Peter: Druidas. El espíritu del mundo celta. Oberon, Madrid, 2001.

GUYONVARCH, Christian J., LE ROUX. Françoise: Los Druidas. Abada Editores. Madrid. 2009.

MARCO SIMÓN: “Religión celta y celtibera”. Celtiberos: Tras la estela de Numancia. Catálogo exposición. Diputación Provincial de Soria, 2005.

RODRÍGUEZ GARCÍA, G. (2015): “Espacios sagrados y druidismo en la Hispania Céltica”, en La forja y la espada 
https://gonzalorodriguez.info/, 2015.

SANTOS CRESPO ORTIZ DE ZÁRATE (1997): “Sacerdotes y sacerdocio en las religiones indoeuropeas de Hispania prerromana y romana”. IIu Revista de ciencias de las religiones nº 2, 1997.