(II) LOS CUSTODIOS DEL GANADO EN LA CELTIBERIA SORIANA

(Parte 2) LA GANADERÍA EN LA CELTIBERIA SORIANA
Exvoto de una cabeza de bóvido procedente de Numancia (Museo Numantino)

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La ganadería debió jugar un importante papel para las comunidades que habitaban el Alto Duero durante la Edad del Hierro, constituyéndose como uno de los pilares fundamentales de su economía, aunque de ninguna manera debió ser una actividad especializada, ya que la supervivencia de estos grupos humanos no hubiera sido posible sin el complemento de los numerosos recursos que el entorno les ofrecía, como la agricultura, la caza y la recolección.
Sin duda, debió constituir un valor riqueza fundamental, centro de disputas y codicias entre pueblos, pero también de acuerdos, pactos y alianzas, además de ser empleado como mercancía y/o moneda de cambio dentro de los mecanismos de contacto intercomunitario de estas poblaciones.
Pero para poder indagar sobre la importancia que debió alcanzar la ganadería entre las sociedades celtibéricas del área que aquí nos ocupa, no solo hemos tenido en cuenta las fuentes etnológicas desarrolladas líneas atrás, sino que también nos hemos acercado a la reconstrucción del medio ecológico vegetal que debió tener Soria durante la Edad del Hierro, además de cotejar algunos de los pasajes de las fuentes clásicas que nos puedan poner sobre la pista, y por supuesto, toda la información derivada del registro arqueológico, epigráfico e iconográfico conservado hasta nuestros días.

1. UN MEDIO DE CLARA VOCACIÓN GANADERA
  • Paleoclimatología
En primer lugar, es importante considerar a la climatología como uno de los factores que más influyen en la configuración de la red hidrográfica y en la formación de suelos potencialmente aptos para el desarrollo de las actividades agrarias. Esta marcaría la vida de unas sociedades profundamente aferradas a los ciclos de la naturaleza, cuyas fluctuaciones pudieron no solo afectar en lo estrictamente económico, sino que también sobre el plano social, llegando incluso a poder obligar a la población a reorientar sus costumbres en busca de soluciones de adaptabilidad.
Las incidencias que genera la climatología tendrán mayor intensidad en las áreas de montaña, aunque es importante tener en cuenta ciertas matizaciones derivadas de la formación de microclimas, en los que es común la inversión térmica nocturna en los fondos de valle y la creación de zonas protegidas por el arbolado que actúa como biorregulador (Javier Ibáñez González ;1999).
Una vez hechas estas salvedades, sabemos que la Edad del Hierro se inauguraría con el cambio climático del periodo suboreal al subatlántico, paso que se produce a través de un brusco enfriamiento iniciado desde el siglo XIV a.C., hasta el siglo VIII a.C., momento de mayor frío alcanzado. A partir del siglo VII y durante el VI y primera mitad del V a.C. se produjo una paulatina recuperación térmica (verano de una semana menos) que se prolongaría hasta la primera mitad del IV a.C., incrementándose la vocación ganadera gracias al aumento de los pastizales montanos de mayor calidad. Seguidamente se originaría un nuevo acrecentamiento del frío, con un descenso de 1,2 ºC respecto a la actualidad, hasta alcanzar temperaturas y un régimen de humedad similar a los de hoy día a partir del siglo III a.C., momento en el que se ampliarían las posibilidades de cultivar cereales.
  • El entorno paleovegetal
A la hora de reconstruir el medio ecológico vegetal de nuestra zona de estudio, hemos intentado ofrecer unos parámetros básicos que, aunque hipotéticos, ayuden a conocer las especies vegetales que se desarrollaron en el medio físico ocupado por estas sociedades pretéritas. Para ello se han empleado los Mapas de Series de Vegetación del M.AP.A. elaborados por Rivas-Martínez (1985), que deberán ser valorados teniendo en cuenta las características paleoclimáticas del pasado, y posteriormente contrastados con los resultados de análisis paleopalinológicos, paleocarpológicos y paleoantracológicos desarrollados únicamente en El Castillejo de Garray y en la necrópolis de Numancia, así como en otras áreas del valle del Duero, donde este tipo de análisis se han desarrollado con mayor grado e intensidad. 
Vista aérea del entorno de Numancia (http://numantinos.com)
De tal manera, podemos suponer que el paisaje dominante durante la Edad del Hierro era infinitamente más boscoso que el actual, aunque todavía pueden contemplarse parte de los series originales conservadas de los bosques primitivos, los cuales coinciden casi al completo con los que ofrecen los resultados analíticos del entorno de Numancia y con los del Duero Medio (Delibes et al, 1995). Entre las especies predominantes estarían las distintas variedades de Quercus, como los quejigos, robles, rebollos, encinas, melojos, etc., que junto con el matorral arbustivo de monte alto y un sotobosque compuesto por diferentes variedades leñosas, conformarían espacios densos, generalmente de monte bajo en las proximidades de los asentamientos, proporcionándoles gran variedad de recursos, así como zonas que permiten el aprovechamiento ganadero debido a que producen abundante pasto en su piso bajo gracias al poder regenerador que poseen sus raíces. En otras zonas más abiertas y menos aptas para el desarrollo de la vegetación, próximas a las sierras de la zona centro y sur, existe un predominio de sabinas y enebros, con suelos de peor calidad para el ganado vacuno, pero aceptables para el ovino y porcino, mientras que en latitudes más altas, expuestos a los vientos dominantes que cruzan la provincia, se desarrollarían otras variedades arbóreas como el Pino silvestre y el Pino negral, bien documentado en los pólenes presentes del Castillejo de Garray y a través de los análisis antracológicos de la necrópolis de la ciudad arévaca (Tabernero et al; 1999).
Por otra parte, el grado de humedad superior que muestran los análisis polínicos del entorno de Numancia, nos retrotrae a un paisaje en el que se formarían paleolagunas, favoreciendo el desarrollo de zonas de pasto verdes durante casi todo el año, además de bosques de ribera con gran variedad de especies que proporcionarían maderas blandas y juncos muy aptos para la confección de herramientas y elementos de cestería como los documentados a partir de la etnografía.
  • Relación con las áreas de captación de los yacimientos
En cuanto a las áreas de captación de los castros constatados para la I Edad del Hierro (siglos VI-IV a.C.), cabe apuntar el predominio de suelos de mayor humedad para el crecimiento de pastizales de alta calidad dentro de un radio de entre 1 y 2 Kms. Así, el entorno de los yacimientos proporcionaría amplias posibilidades para el sustento de la cabaña ganadera durante la mayor parte del año, puesto que la sierra en su conjunto como territorio de captación anual, ofrece en un espacio relativamente reducido la posibilidad de alternar pastos de alta montaña y fondo de valle sin llevar a cabo grandes desplazamientos, compensando de esta manera las pérdidas que frecuentemente se producirían como consecuencia de las enfermedades, ataques de depredadores etc. 
Para la II Edad del Hierro (siglos IV-II a.C.), ciudades y poblados parecen situarse en áreas mixtas para el aprovechamiento agrícola y ganadero, mientras que las aldeas se asientan sobre áreas de cultivos casi en su totalidad, y los castillos sobre extensiones relacionadas con la ganadería, quedando los bosques en situación marginal respecto a los asentamientos. No obstante, la actividad que abarca una mayor extensión de tierras es igualmente la ganadería, en torno al 55%, muy por encima del agrícola y la explotación de los bosques, aunque estos usos no deben ser considerados excluyentes (Liceras (Garrido, R. y Jimeno Martínez, A.; 2016).

Ciudades celtibéricas del Alto Duero y sus territorios (Liceras (Garrido, R. y Jimeno Martínez, A.; 2016)

2. FUENTES DIRECTAS
Los escasos datos con los que contamos para conocer la composición de la cabaña ganadera de la I Edad del Hierro se han reducido a simples menciones en diarios y memorias de excavaciones, donde se habla de “abundantes restos de fauna”, entre los que podían diferenciarse algunas especies asociadas al ganado vacuno, ovino o piezas de caza, como las documentadas por Taracena en Castilfrío de la Sierra y en Valdeavellano de Tera (1924; 1927; 1941 ), o las de excavaciones algo más recientes en El Royo (Eiroa; 1979) y en el Castro del Zarranzano (Romero; 1991).
A esta parquedad documental, le sumamos para este periodo temprano el análisis osteológico llevado a cabo en el Castillejo de Fuensaúco, (Bellver Garrido; 1992), aunque la proporción de datos analizados sea ínfima (85 NR), además de resultar poco representativa como para extraer conclusiones medianamente definitivas. Del mismo modo, las muestras obtenidas proceden de una excavación parcial que a su vez carece de otro tipo de análisis que pudiesen arrojar algo más de luz, como estudios de microfauna, determinación de sexos, cálculos de la biomasa, número mínimo de individuos (NMI), paleopatologías, etc.
Para momentos más avanzados contamos con la documentación de restos de fauna extraída de las excavaciones efectuadas en la Numancia del siglo III a.C., que junto con los datos procedentes de otras regiones contemporáneas y las escuetas menciones aportadas por los textos clásicos, a las que se le unen algunos de los objetos exhumados relacionados indirectamente con actividades ganaderas, nos servirán para obtener una aproximación general.
  • Ganado bovino
Los datos del muestreo llevados a cabo en el Castillejo de Fuensaúco, (Bellver, J.A; 1992), a pesar de que como hemos indicado, no pueden ser considerados estadísticos, ofrecen numerosos restos de ganado vacuno, bos taurus, especie que presentaría unas características muy similares a las razas autóctonas actuales.
Así, en el entorno inmediato del Alto Duero, el porcentaje de NR vacuno será sumamente elevado, (sin sobrepasar el 20% de NR), por debajo únicamente de los ovicaprinos, en consonancia con los datos aportados en otros yacimientos de Guadalajara, León, Segovia, valle del Ebro y sobretodo del Duero Medio tanto para momentos tempranos como para la etapa vaccea, donde incluso llegarían a alcanzar en algunos asentamientos el primer puesto en representatividad (Blasco Sancho; 1999).
Vaso de los toros, Numancia (Foto: Museo Numantino)
Esto implicaría que el vacuno sería una de las especies más explotadas durante la Primera Edad del Hierro, descendiendo como tónica general en nuestro entorno a medida que se alcanza la plenitud celtibérica en beneficio de la cabaña ovicaprina, cuyo predominio será abrumador.
A partir del registro arqueológico de la Manzana XXIII de la Numancia del siglo III a.C., contamos con cifras para el vacuno del 12%. para un contingente poblacional que alcanzaría aproximadamente las 1.500 almas.
Además, la falta de osteopatías y deformaciones propias de las cabañas estabuladas, podría interpretarse como el desarrollo de una ganadería bovina que pastaba en régimen de semilibertad, seguramente en las inmediaciones de los poblados, dada la menor capacidad de recorrido que tiene este ganado en relación con el ovino y la gran riqueza pascícola de la ribera del Duero y del área lagunar del entorno de Numancia, donde se observan valores altos para el aprovechamiento potencial de bóvidos (Liceras Garrido, R. y Jimeno Martínez, A.; 2016).
Por otro lado, llama la atención que en Fuensauco, a partir de la evidencia en de algunas huellas de manipulación de huesos largos con fines alimenticios, podríamos tener indicios de aprovechamiento primario de esta especie. Los patrones de edad de sacrificio muestran predominio de individuos subadultos, (entre 24 y 60 meses de vida), lo que significa un aprovechamiento más rentable a efectos cárnicos. Nuevamente esta información coincide, en parte, con los análisis de algunos yacimientos del Duero Medio, donde se documentan múltiples marcas de manipulación antrópica en las muestras recogidas, (evidencias de descuartizamiento, desollado, seccionado de cornamentas, decapitaciones, piezas quemadas para su cocinado, etc.), lo que parece rebelar sin duda la destinación de buena parte de estos recursos a su consumo alimenticio, aunque no podemos asegurar en qué medida fueron valorados para tal fin, ya que la dieta de estas poblaciones no parecen basarse en el consumo de proteínas de origen animal (Jimeno et al; 1996).
Por otro lado, el ganado bovino y sus pieles podrían haber actuado como don intercambiable para sellar acuerdos, captar alianzas, asegurar fidelidades y regularizar lazos clientelares, o bien como botín, tributo o dinero en momentos más tardíos. En este sentido resultará reveladora la cita de Diodoro de Sicilia (5,33,16), quien nos narra como en el 140 a.C., los habitantes de Numancia y Termancia pagan al general Pompeyo trescientos rehenes, nueve mil saga, tres mil pieles de buey, todas sus armas y ochocientos caballos de combate.
Tampoco podemos obviar el papel que tendría el aprovechamiento secundario de su leche, principalmente durante la Segunda Edad del Hierro. Al respecto, el propio Estrabón (3,3,7) al describir de forma genérica a los pueblos montañeses del norte de Iberia, comenta, no sin un afán de resaltar de forma subjetiva el carácter bárbaro de sus gentes, que además de consumir bellotas durante buena parte del año, elemento muy presente entre los numantinos, “en lugar de aceite usan manteca”, quién sabe si en referencia a este producto (o probablemente a la del cerdo) que tradicionalmente se han venido elaborando en la región desde tiempo inmemorial.
Por último, también sería posible su utilización como animal de tracción y carga, conforme muestran los estudios de patologías realizados una vez más en el Duero Medio para la Primera Edad del Hierro, donde se aprecian signos de sobreesfuerzos y cargas, así como huellas de castraciones, aunque en relación a esto último no podemos asegurar su vinculación directa con el laboreo del campo desde momentos tan tempranos, ya que todavía no existen evidencias de arados, al contrario que en momentos de plenitud celtibérica, donde la agricultura cerealística parece ganar más peso.
  • Ovicápridos
Desde los primeros compases de la Edad del Hierro la representación de ovejas y cabras en toda la Meseta Norte ha superado el 50% de los restos óseos recogidos, situándose, como norma general, en el primer lugar de especies documentadas, cifras que para momentos más avanzados aumentarán hasta alcanzar el 60% del total, tal y como así se evidencia en el registro arqueológico de Numancia.
El desarrollo de la cabaña ovina en el Alto Duero se vería potenciado, tal y como vimos anteriormente, con la existencia de un medio ecológico que proporcionaría una gran riqueza de pastos, además de los contrastes necesarios para su desarrollo y movilidad, con presencia de especies que llegarían a alcanzar tallas similares a las originarias celtas europeas de las que descienden las modernas razas celtibéricas, en función de los datos que aportan los taxones analizados.
Respecto a su aprovechamiento, nuevamente encontramos evidencias sobre el beneficio primario de su carne a partir de las marcas antrópicas de las muestras recogidas en Fuensaúco, con predominio de especies adultas y subadultas sacrificadas, aunque no faltan las juveniles e incluso las infantiles, éstas últimas formando parte de un acto simbólico de sacrificio en el que se depositan dentro de un hoyo fundacional, en consonancia con otros hallazgos ampliamente documentados tanto en el mundo ibérico como en el celtibérico.
No obstante, la obtención de carne para satisfacer las necesidades del grupo quedaría cubierta a partir de la caza de especies salvajes, puesto que la cría de domésticos para su consumo cárnico supondría un enorme “despilfarro”, resultando más verosímil que la estrategia pecuaria estuviese orientada hacia el aprovechamiento secundario. Al respecto, la documentación nos proporciona marcas de desollado, una elevada edad de sacrificio y el predominio de machos frente a hembras, algunos de ellos incluso con evidencias de haber sido castrados con el fin de para obtener un mayor aprovechamiento lanar y lácteo. 
Pastor soriano. (Foto: José Ortiz Echagüe)
Este aprovechamiento secundario se iría acentuando conforme aumentasen las necesidades de incrementar la producción y los rendimientos para garantizar el sustento de una población organizada a través de los oppida y sus poblados, aldeas y castillos dependientes. Así, la leche y sus derivados serían el alimento básico en la dieta alimenticia de estas poblaciones, cuyo consumo podía realizarse en forma de cuajadas, calostros, quesos, nata, mantequilla, etc., o mezclado con cereales y otras especies vegetales, tal y como se evidencia desde los siglos VII-VI a.C., a partir de los análisis de residuos de contenedores cerámicos del poblado de El Solejón (Hinojosa del Campo, Soria). Dichas muestras apuntan directamente la presencia de microflora (lactobacterias diplococcos y streptococcos) referida a restos lácteos que se mezclaban con otras especies vegetales, (Tarancón et alií; 1997/98), constituyendo la prueba fehaciente más antigua del aprovechamiento secundario que se llevó a cabo con la cabaña ovicaprina en la región soriana. Además, en cuanto a la escasez de datos materiales relacionados con la trasformación de productos lácteos, es probable que se hiciera a partir de herramientas confeccionadas con materiales efímeros similares a los descritos a partir de la etnografía, los cuales, como hemos visto, no dejan evidencia arqueológica. Excepcionalmente y con una cronología más temprana que nos retrotrae a la Edad del Bronce, contamos en nuestra zona de estudio con lo que parecen ser encellas cerámicas para la elaboración de quesos, como las documentadas en la necrópolis de Sabinar y en el yacimiento de los Tolmos de Caracena, aunque no parece que tuvieran continuidad en la Edad del Hierro, quizás porque fuesen manufacturadas con otros materiales que no dejan huella.
*        Encella de El Sabinar, Montuenga de Soria (Arcos de Jalón) Bronce Antiguo (2.200-1.800 a.C.)
En cuanto al hilado, ya vimos igualmente a través de la etnografía como preferentemente se emplearon instrumentos confeccionados con materiales orgánicos, ya fuesen cardos naturales o usos de madera o hueso, existiendo algunos paralelos sobre su temprana utilización, como la fusayola hallada en el castro de Castilfrío de la Sierra o las depositadas en las tumbas de la necrópolis celtibérica de Carratiermes, sin obviar las pesas de telar cerámicas documentadas en contextos domésticos de Numancia, Langa de Duero y Castilmontán.
Ilustración realizada por Manuel Guillén López
Pero sin duda, el aprovechamiento de la lana debió jugar un papel primordial en las sociedades plenamente celtibéricas, recordando de nuevo la cita de Diodoro de Sicilia (5,33,16) en relación al suministro de 9.000 saga por parte de los habitantes de Numancia y Termancia, sin duda un producto intercambiable que parece alcanzar alto valor y fama. Estos saga que vestían los celtíberos y que hasta el mismísimo Escipión portó mientras durara la campaña de Numancia, aparecen descritos por el sículo como “abrigos negros muy rudos de una lana parecida al pelo de la cabra”, prendas sin duda, que parecen similares a las empleadas hasta hace bien poco por los pastores que transitaron por estas tierras, tal y como vimos a la hora de comentar las evidencias etnográficas llegadas hasta nuestros días.
  • Ganadería porcina
La presencia de sus domesticus es relativamente escasa en la mayoría de los yacimientos de la Primera Edad del Hierro analizados de la cuenca del Duero, ocupando el tercer o cuarto puesto en representación, (5-10 % de NP), lo que denota una baja importancia dentro de las estrategias económicas de estas comunidades campesinas.

Este tipo de ganadería no tiene asentados unos criterios morfológicos que distingan las especies domésticas de las salvajes (jabalíes), por lo que las valoraciones al respecto presentan enormes dificultades. La edad de sacrificio de los ejemplares documentados en el Castillejo de Fuensaúco coincide con la representada para casi todo el valle del Duero durante los primeros compases de la Edad del Hierro, primándose los individuos subadutos y adultos, lo que evidencia una estrategia de optimización del rendimiento cárnico en detrimento de la obtención de carne más tierna. Este aprovechamiento exclusivo, seguramente estaría destinado a complementar y satisfacer las necesidades proteínicas de la comunidad (jamones, grasa, etc), aunque existen algunos ejemplos de sacrificios infantiles y juveniles en poblados contemporáneos (Soto de Medinilla), quizás relacionados con un tipo de acto ceremonial destinado a evitar el acopio de riqueza a través del consumo en determinados momentos de grandes cantidades cárnicas, donde no importaría el gasto que suponía la ingestión de una especie joven.
En cuanto al proceso de salado de los jamones, se conserva una primera receta escrita del siglo II a.C. recogida en el libro "De re agrícola" de Catón el Viejo, cuya elaboración resulta muy similar al proceso que se describe en el recetario tradicional de los pueblos sorianos.
Por otro lado, esta baja representatividad de la especie porcina parece disminuir tímidamente durante el Celtibérico Pleno, alcanzando para los restos analizados de Numancia cifras en torno al 11.7%.
A partir de los datos históricos que refrendan la existencia de desplazamientos trasterminantes de piaras entre Tierras Altas (San Pedro Manrique) y Tierra del Burgo (Aldehuela de Calatañazor) como forma de pastoreo tradicional practicado en la región, así como la posibilidad de que la raza existente fuese la perteneciente al Tronco porcino celta, más resistente y preparado para llevar a cabo dichos movimientos, podemos sugerir que para la etapa celtibérica pudiese haber sido en cierta medida similar. De ser así, se haría necesario el establecimiento de lazos de hospitalidad entre los pueblos implicados que garantizasen la seguridad de los porqueros, siendo enormemente sugerente la relación que pudiese tener al respecto el hallazgo de la tésera de hospitalidad del siglo I a.C. con silueta de cerdo procedente de Uxama (Osma), que como veremos más adelante, cuenta con una inscripción en silaboalfabeto celtibérico en la que se aprueba a través de dos legados, la acogida, el hospedaje y la protección de una figura forastera, quizás en el sentido de asegurar el libre tránsito de pastores y ganados.
  •  Ganadería equina
Fibula de caballito. (Museo Numantino)
El caballo aparecerá integrado en la estructura ideológica de las comunidades de la Edad del Hierro, ejerciendo como bien de prestigio y elemento regulador de estatus social en sus primeros momentos, y como símbolo de los nuevos valores políticos urbanos a partir de la plenitud de la celtiberización de la región.
Apenas contamos con datos que nos hablen del estado de domesticación de estos animales para la Primera Edad del Hierro, cuya introducción tradicionalmente se asoció a las oleadas indoeuropeas y a los grupos de Campos de Urnas que penetraron desde el Nordeste, aunque sólo a partir del 800 a.C. aparecerá generalizado en las tumbas de Europa Oriental y Central, evidenciándose su utilización como animal de monta en diversos yacimientos del tránsito del Bronce Final-Hierro I, como en Moncín (Borja, Zaragoza), Zafranales y Vincamet (Fraga, Huesca), La Pedrera (Vallonga de Balaguer-Térmens) y área del Moncayo, etc., donde incluso parece jugar desde los primeros momentos cierto papel de prestigio, como así lo demuestran los enterramientos de fetos de équidos documentados para en Els Vilars de Arbeca (G.I.P. Universitat de Lleida; 2003).
Para las regiones del Duero su presencia es menor, a excepción de Soto de Medinilla (Valadolid), y su empleo será mayoritariamente para la monta (como así parece indicar el desgaste de un premolar indicativo del uso de bocados), carga y trasporte, y en menor medida para su consumo alimenticio, éste último interpretado como un aprovechamiento excepcional, probablemente ritual.
No obstante, el caballo estuvo íntimamente ligado desde sus comienzos a las relaciones de poder de los primeros linajes aristocráticos que surgen en las familias y clanes de los poblados y castros que se articulan en torno a un ideal de vida heroica, otorgando rango y estatus a su poseedor.
Como animal privilegiado, pudo jugar el papel de herramienta diplomática, a modo de regalo aristocrático que circularía junto a otros muchos objetos exógenos, como los discos coraza, cuchillos afalcatados, algunas fíbulas anulares, las primeras cerámicas torneadas, modelos evolucionados de espadas, varias placas de cinturones, etc., que tras ser intercambiados, a la muerte de su noble propietario serían depositados en las tumbas de las necrópolis del siglo V a.C. (Fase I de Lorrio Alvarado; 1997). Especialmente relevante será la presencia en las tumbas de arreos y bocados de caballo, e incluso alguna ofrenda faunística (Numancia), pudiendo destacar el ejemplo de la necrópolis de La Mercadera (Rioseco de Soria), donde se hallaron 6 enterramientos con arreos, asociados con armas en todos los casos, cinco de los cuales fueron consideradas tumbas «ricas» (Lorrio, 1997; Jimeno, 2004).
Bocado de caballo procedente de la necrópolis de Alpanseque (Foto: MAN)
Por lo tanto, estaríamos ante un animal muy costoso, solo al alcance de una élite que se sirve de ellos para controlar los intercambios que circulan, especialmente movimientos de ganados, pastizales y zonas de paso, e incluso en actividades tan propias de la nobleza como en la caza y la guerra, acometiendo razias y auxilios con gran rapidez de desplazamiento, puesto que en un día podían llegar a cubrir, en condiciones óptimas y sin carga, cerca de 130 km.
En la Segunda Edad del Hierro el caballo alcanzaría una valoración más amplia como emblema político colectivo de los integrantes de un territorio controlado por un oppida. Así, las élites dominantes de estos núcleos protourbanos, apoyadas en instituciones como la fides, la devotio o el hospitium, conformarían una clase de caballeros de gran alcance social, ya que serían éstos los que representaban y dirigían a la comunidad a nivel interno y a su vez en alianzas étnicas mayores.
En cuanto a su representatividad osteológica, seguirán ocupando posiciones bastante modestas, con cifras que para el caso de la Numancia del siglo III a.C. no superarían el 5% del total.
Las posibilidades de crianza de caballos, como hemos visto, son óptimas, aunque su posesión quedase muy restringida a dichos grupos oligárquicos que conformarán la fuerza militar más importante de las ciudades-estado celtibéricas, que con el tiempo pasarían a engrosar las filas de los cuerpos mercenarios de cartagineses y después de romanos, dada la fama y el prestigio que alcanzarán en el manejo de estos animales para la guerra. 
A finales del siglo V y comienzos del siglo IV a.C. se produce la paulatina desaparición de importantes elementos de prestigio que antes se depositaban en las tumbas, como los cascos, los discos-coraza y los umbos de bronce decorados. Ya llegados al III-II a.C., se tiende a la uniformización de la panoplia, cuyos dos elementos fundamentales son la espada y, especialmente, el puñal biglobular. Al mismo tiempo aparecen y se generalizan fíbulas de caballo, con o sin jinete, báculos de distinción (necrópolis de Numancia), y en fechas más avanzadas acuñaciones de monedas con la imagen del jinete lancero (Arekoratas, Muro), cuyo significado se pone en relación con emblemas políticos colectivos, así como con elementos religiosos y espirituales asociados en muchos casos a signos astrales, como es el caso de los vasos cerámicos pintados de Numancia.
Moneda con jinete lancero de Arekorata
Por otro lado, las fuentes escritas también darán cuenta sobre el enorme valor y significado que alcanzan los caballos celtibéricos, siempre relacionados con el mundo de la guerra y como animal de monta. Así, por ejemplo Polibio (fr.95) en la guerra de Numancia, cuenta como durante la batalla quedaban los caballos en la retaguardia “atados a pequeños postes de hierro, esperando la vuelta de los jinetes”, observación que concuerda con la idea de que estas élites luchaban como infantería montada. Este mismo autor también se hace eco sobre cómo “se arrodilla un caballo para dejar subir al jinete”, resaltando siempre la habilidad de los celtíberos en su manejo para estos fines. También, Estrabón subraya que los caballos celtíberos son de color gris, pero que fuera del país, pierden este color, asemejándolos a los partos y destacando su rapidez respecto a otras razas, lo que se contradice con la cita de Silio Itálico, quien expresa que “los caballos de Uxama, Celtiberia, se distinguen de un caballo normal ibérico, que es ligero y rápido, tanto por su constitución más pesada que significa menos velocidad, como por su vida más larga”.
No obstante, este tipo de fuentes escritas parecen excesivamente literarias al referirse a la gran facilidad con que los pueblos prerromanos capturaban a los caballos salvajes y los domaban y adiestraban según sus necesidades bélicas o cotidianas, visión sesgada por parte de una cultura civilizada frente al salvajismo celtibérico, cuya conquista quedaba justificada. Aún así, durante la ocupación romana las fuentes informan en reiteradas ocasiones sobre el empleo del caballo como tributo o indemnización de guerra (véase de nuevo la cita de Diodoro de Sicilia, 5,33,16), es decir como patrón de riqueza, además de símbolo de defensa, poder y fortuna.
Arévacos en el asedio de Numancia (Ilustración de Angus Mcbride)
Añadir que cabría la posibilidad de durante la Edad del Hierro pudiesen haber convivido diferentes razas equinas tal y como se ha venido sucediendo en todo el ámbito de la Meseta Norte a lo largo de la historia, además de que posiblemente se dispusiesen numerosas yeguadas criadas en los montes comunales del entorno adyacente a los poblados en estado de semilibertad, de forma similar a los manejos que tradicionalmente se llevaron en Soria y que aún se mantienen en otros territorios más norteños.
Entonces, la caballería en sí, ¿sería realmente la encargada de custodiar el ganado?

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