(III) LOS CUSTODIOS DEL GANADO EN LA CELTIBERIA SORIANA

PASTORES, GUERREROS Y ¿TRASHUMANTES? 
Concluimos este trabajo rastreando la posibilidad de que pudieran haberse producido movimientos ganaderos de largo recorrido durante la Edad del Hierro, cuyo recuerdo y experiencia adquirida hubiese podido permanecer latente y servir de acicate a la hora de organizar en el medievo un tipo de pastoreo, que sujeto a unas circunstancias propias ligadas a una mayor estabilidad política, diese como resultado la trashumancia tal y como hoy la entendemos, cuestión ardua y polémica donde las haya, ampliamente debatida en la bibliografía existente hasta la fecha y de difícil constatación arqueológica.

1. LA CUESTIÓN DE LA TRASHUMANCIA EN LA PREHISTORIA RECIENTE
La bajada a extremos desde los agostaderos de las zonas montañosas de la Meseta norte en busca de pastos invernales que asegurasen la alimentación de los ganados, así como el aprovechamiento de los pastizales periféricos complementarios, parecen seguir la lógica de los iniciales desplazamientos estacionales que seguían las manadas salvajes desde la prehistoria. Así, la experiencia humana acumulada durante siglos de domesticación haría que estos viejos caminos fuesen potenciados por el hombre para el traslado de sus rebaños.
Ahora bien, en un primer momento la investigación aceptaba la posibilidad de que se produjesen desplazamientos ganaderos de largo recorrido desde momentos tempranos, los cuales entrarían en conflicto ante el modelo agrícola que impone Roma, que como hemos apuntado anteriormente trataría de reducirlos, pero sin llegar a hacerlos desaparecer por completo, teniendo su continuidad en época visigoda. Será a partir de los años cincuenta del pasado siglo cuando se haga hincapié en la inseguridad existente durante la etapa celtibérica a la hora de recorrer distancias amplias con los ganados, lo que unido a la falta de una regulación sólida como la existente en la Edad Media, aumentaría el riesgo, reduciéndose enormemente los beneficios de de tan osada empresa. De hecho, la mayoría de  planteamientos generales afirman que tales desplazamientos solo serían posibles dentro de un mismo territorio étnico y en distancias menores, montañas y valles (trasterminancia). 
  • Edad del Bronce
Cierto es que desde la Edad del Bronce nos vamos encontrando en la región con determinados elementos que, en clave simbólica, parecen evidenciar lugares de paso de pastores. Nos referimos al entorno del Pico Frentes, punto de unión entre la serranía y el valle, donde encontramos lugares como la Cañada Honda de Valonsadero, Pedrajas y Oteruelos, con presencia de signos pictóricos esquemáticos relacionados con este tipo de actividades ganaderas. Concretamente, es en la Peña de los Plantíos de Fuentetoba donde se documenta una posible versión pictórica de las estelas del Suroeste, cuestión que podría ponernos sobre la pista.
Respecto a este tipo de estelas, descartando el carácter funerario en el que fueron insertas por parte de la historiografía tradicional, cabría la posibilidad, como apuntaran Ruíz Gálvez y Galán Domingo (1991), de que hubiesen servido para marcar el control de los recursos de un territorio y las vías que discurrían por él. Es por ello que, teniendo en cuenta que estarían realizadas para ser vistas desde lejos y permitir así la localización fácil de un camino o de una zona determinada de cara a viajeros y pastores, no resultaría descabellado tratar de relacionarlo con la existencia de movimientos de ganado a larga distancia que conectasen con los ricos y frescos pastos estivales del entorno de Soria. 
Panel de la Peña de los Plantios en Fuentetoba (Soria)
Yendo más allá, este tipo de demarcaciones pétreas, en nuestro caso pictórica, podrían estar indicando la localización de buenos pastizales, ya que si se observa la ubicación de la mayoría de las estelas, estas coinciden con los tramos finales de las cañadas de las grandes rutas trashumantes. Así se aprecia en las cañadas Soriana Oriental y Riojana, que desembocarían en las proximidades del valle de la Alcudia, donde se hallan las de Aldea del rey (Ciudad Real), e incluso en su prolongación por el valle del Guadalquivir, pasando por Setefilla y Carmona hasta confluir en las inmediaciones de Sevilla, lugares todos ellos donde se evidencian concentraciones de estos supuestos hitos (Sánchez-Corriendo Jaén, J.;1997).
De ser así, podríamos estar ante el indicio de desplazamientos ganaderos en tiempos anteriores a la Edad del Hierro que nos ocupa, del mismo modo que también existieron movimientos de carácter comercial, así como los relacionados con la extracción y traslado de minerales.
  •  Primera Edad del Hierro
Con el surgimiento de los primeros grupos poblacionales estables de la región, la ocupación del territorio serrano queda en manos de una red de castros independientes entre sí, aunque no se descarta que mantuvieran ciertas relaciones de parentesco que les llevase a la colaboración mutua en momentos puntuales. Sus estrategias económicas parecen estar orientadas hacia la diversificación de todos los recursos disponibles y la minimización del riesgo, autonomía productiva que dificultaría los desplazamientos organizados a largas distancias, siendo más factibles los de tipo estacional de corto recorrido, orientados hacia la consecución de pastos de temporada dentro de un medio físico variado y lleno de contrastes entre la montaña y el llano.


Además, cabría la posibilidad de que los caminos fuesen vistos como espacios geográficos periféricos neutros llenos de supersticiones y peligros, ya que estos grupos campesinos seguirían manteniendo ciertas reticencias a desplazarse fuera del orden en el que realizaban sus actividades cotidianas, el único que conocían y sabían controlar, percibiendo el mundo exterior como un espacio desordenado y regido por las leyes de la naturaleza que generaban inseguridad (Hernando; 2002).
No obstante la ubicación de estos enclaves coincide con los accesos a los agostaderos de la serranía y aunque su modelo de explotación parezca ser subsistencial, con una cabaña ganadera que posiblemente no fuese muy amplia, lo cierto es que se entrevé cierto interés por controlar los pastos estivales, defenderlos y trasmitir visualmente el prestigio social de su posesión.
En suma, la posibilidad de llevar a cabo desplazamientos ganaderos de larga distancia en estos momentos resultaría difícil de probar, aunque quizás estemos ante uno de sus periodos de gestación, protagonizados por la parte móvil de una sociedad totalmente sedentaria que quizás se valió de ciertas costumbres como la “dula” o el pastoreo por turno y vez, todo ello en base a la experiencia acumulada durante la Edad del Bronce, y en paralelo a la formación de las entidades políticas complejas y centralizadas que se consolidan durante la Segunda Edad del Hierro, donde como veremos a continuación, pudieron haberse minimizado los riesgos a través de pactos de amistad y solidaridad con otras comunidades que garantizasen la seguridad del paso de los ganados y de la protección de las élites ecuestres que lideran los oppida
  •  Segunda Edad del Hierro
Durante esta etapa la ganadería parece alcanzar un valor de riqueza de primer orden, cuyo control favorecería la formación de élites guerreras dedicadas a su protección. 
Pero, ¿cómo podrían transitar sin peligro por otros territorios acarreando unas cabezas de ganado que supondrían una de las principales fuentes de riqueza de estas poblaciones?. Por un lado, el pastoreo móvil en general, ha tendido a actuar al margen de las grandes contiendas y periodos de inestabilidad política, aunque también existiría la posibilidad de establecer políticas de alianza, amistad e intercambio con otras comunidades, es decir confederándose con otras poblaciones, diplomacia que reduciría la posibilidad de sufrir razias puntuales de robo de ganado.
En este sentido, junto a la información que proporciona el registro arqueológico, contamos con las fuentes clásicas, las cuales pueden aportarnos algo de luz, pero no sólo en relación a una lectura, quizá exagerada, que insistentemente alude a los conflictos armados protagonizados por bandas de guerreros y saqueadores, sino que también en base a los acuerdos pacíficos que en ellas se recogen y que no han gozado del mismo interés por parte de la historiografía.
En efecto, parecen intuirse las relaciones diplomáticas que mantuvieron entre sí las comunidades celtibéricas, bien a través de los intercambios de objetos exógenos de prestigio depositados en las tumbas de las élites socio-políticas, así como en otros de tipo matrimonial más difíciles de constatar, bien a través de pactos hospitalarios y de alianza interétnica.

2. ACUERDOS Y ALIANZAS QUE PUDIERON FACILITAR LOS MOVIMIENTOS DE GANADO
a) Téseras de hospitalidad
Las téseras de hospitalidad se nos presentarían como uno de los pocos testimonios que nos han llegado, en un momento ya tardío, sobre aquellos posibles acuerdos de libre circulación de personas, objetos o bienes de intercambio comercial, e incuso como compromisos de defensa mutua sellados entre dos comunidades y refrendadas mediante sanción religiosa. En este sentido, cabría la posibilidad de que fueran la llave para la realización de movimientos de larga distancia de ganado, ya que reducirían considerablemente el riesgo y el tan insistente clima de inseguridad aludido para estos momentos, que por otra parte sería igual de complicado para el comercio y no por ello dejó de llevarse a cabo.
Contamos con varias piezas para nuestra zona de estudio, que como veremos a continuación, no nos sirven para confirmar la existencia de pactos de hospitalidad entre comunidades muy alejadas entre sí, como pudieran ser la propia Soria y Extremadura en tiempos de la Mesta, pero sí, una mínima muestra sobre la existencia de este tipo de acuerdos cercanos, probablemente relacionados, aunque no exclusivamente, con el pastoreo.
Anteriormente, ya hicimos alusión a la famosa tésera con forma de cerdo procedente Uxama, que en una de sus caras cuenta con una inscripción en silaboalfabeto celtibérico, cuyo planteamiento de traducción sería el siguiente:



"(¿)Como voto(?) (¿)ofrezco(?)

a los Esainos (¿)hospitalidad(?)

en nombre de Uxama (=Osma),

(yo,) Saigios (,hijo) de Baisa,

el céltico (=celtíbero)"

Teniendo en cuenta que hay seguridad a la hora de identificar el sujeto y nombre personal, además del sintagma preposicional formado por el nombre de la ciudad y la preposición celta antos , análoga a la preposición griega antí="frente a", "en nombre de", podríamos estar ante un posible acuerdo, sellado mediante dos legados procedentes de clanes celtibéricos distintos, uno arévaco (Uxama) y otro posiblemente vacceo, quizá procedente de la Rauda hispanorromana del itinerario de Antonino (según Untermann, J.; García Merino, C.; 1999).
En este sentido la diplomacia y el hábito hospitalario del que se hacen eco las fuentes clásicas (Diodoro de Sicilia: V, 34), parece ponerse de manifiesto a través de esta pieza celtibérica del siglo I a.C., aunque probablemente esté recogiendo y materializando prácticas que son mucho más anteriores.
De este modo, la hospitalidad estaría estrechamente ligada a las relaciones personales establecidas en la organización sociopolítica indígena, organizada en torno al prestigio social y la auctoritas de unas élites que alcanzan un estatus elevado a partir de su habilidad guerrera (virtus), de su riqueza (pecunia, del latín pecus, que significa "rebaño" o "ganado”), de su nobleza (nobilitas) y por su habilidad a la hora de tejer una base clientelar (Ramírez Sánchez, M.; 2005). Sin embargo, en cuanto a su significado, éste nos parece ir más en consonancia con las interpretaciones de Gómez Pantoja, Salinas y Sánchez Moreno, es decir, vinculado posiblemente con prácticas ganaderas trashumantes que aseguren el libre tránsito de pastores y ganados, o bien para el aprovechamiento de pastos o bellotas, tal y como ha venido sucediéndose hasta épocas relativamente recientes con el porcino trasterminante procedente de Tierras Altas, de ahí el tamaño menudo habitual de estas piezas, las cuales serían fácilmente trasportables a modo de contraseña.
Otro ejemplo de tésera de hospitalidad lo encontramos en las cercanías de Almazán, a medio camino entre el Alto Duero y el Jalón, concretamente en Ciadueña, donde se localizó una ciudad celtibérica posteriormente al hallazgo. La pieza se encuadraría dentro de las de tipo geométrico, quedando formada por cuatro “dedos”, una argolla en la parte superior y el interior vacío para recibir la otra mitad, siendo igualmente fácilmente trasportable. Además, cuenta con inscripciones en tres de sus caras, cuya lectura vendría a ser la siguiente: lakai·laiuikaino·baklatioku, traducido con reservas por Rodríguez Morales y Fernández Palacios (2011)  como “En Langa de Laiuikaino de los Balatiokos” .

Tésera de Ciaudueña (Soria)
Se conocen dos paralelos formales prácticamente idénticos procedentes de La Custodia (Viana, Navarra), además de tener similitudes en cuanto a su fórmula onomástica principalmente con otra pieza hallada supuestamente en Patones (Madrid). Todo parece indicar que se está haciendo referencia a la ciudad arévaca de Lanka, relacionada con la actual Langa de Duero, casi en el límite de las actuales provincias de Soria y Burgos, que pudiera haber establecido lazos de hospitalidad con la ciudad celtibérica de Ciadueña, donde residirían los miembros de los balatiocos o pala(n)tiocos (¿ciudad vaccea de Palantia?

También geométrica y de bronce, aunque de procedencia desconocida, contamos con la llamada tésera de Arekorata (ArekoraTiKa:Kar), que cuenta con la siguiente inscripción grabada en signario celtibérico:
arekorati
                                           ka:kar
sekilako:amikum:melmunos
ata
bistiros:lastiko
ueizos
Arekoratika: kar haría referencia a un contrato perteneciente a Arekorata,  ciudad ubicada en Muro (de Ágreda) que acuñaría moneda desde el siglo II a.C. hasta los primeros años del siglo I a.C., momento en el que sería abandonada por poco tiempo para ser refundada de nuevo por la Augustóbriga que citan las fuentes clásicas y que se adscribe a la etnia de los pelendones. Dicha ciudad quedaría dentro del marco de los cambios económicos que se estaban dando con la conquista romana, quizás sirviendo como punto de apoyo a los intereses de la potencia mediterránea en su penetración por el interior del Sistema Ibérico, dominando así una importante vía de comunicación y el trasiego por una zona no solo mineralógicamente muy rica, sino que también de gran tradición ganadera.
En su cara B, la propuesta de traducción de la inscripción sería “(tésera) de Segilaco (el hijo) de Melmu, (del grupo familiar) de los Ammicos”. Mientras que en la cara C parece referirse al establecimiento del pacto, mencionándose al magistrado que ejerce como testigo de su formalización, es decir “Pistiro Lastico (de los Lastikos) (fue) testigo (o notario)”, nombre que podría tener relación con la zona de los vettones según Untermann y Almagro-Gorbea.
Tésera de Arekorata

También haciendo referencia a la ciudad de Arekorata, esta vez si hallada en la misma localidad de Muro, contamos con una tésera de hospitalidad de bronce con forma de cabeza de animal y cuyos rasgos iconográficos nos remiten a distintas especies como el toro, el caballo y un carnívoro que trasmite un gran contenido simbólico. Vista de lado, en un lateral, puede observarse una inscripción en letras ibéricas donde se lee: “ToUTiKa”, sustantivo abstracto que encerraría el sentido de “ciudadanía” del portador de esta tésera, es decir un rango similar al de los ciudadanos de Arekorata, aunque esta vez no se puede hipotetizar sobre la procedencia del contratante forastero.
Tésera hallada en Muro (Soria), en Jimeno, A.; Sanz, A.; De Bernardo, P.; Tabernero, C.; Benito, J.P.; (2008)


Por último, en lo referente a este tipo de piezas, contamos también con la placa de bronce recogida por Schulten en el campamento romano del cerco escipiónico de Peña Redonda, actualmente depositada en el Römisch-germanisches Zentralmuseum de Mainz. De dimensiones reducidas (1,5-1,3 cm.) y morfología inicialmente rectangular, recibe una inscripción en sistema celtibérico en su variante oriental o tipo Botorrita cuya lectura sería muko·kaiko (Simón Cornago, I.; 2007). Probablemente, según dicho autor, estemos ante dos antropónimos escritos en genitivo singular, bien dos nombres independientes, bien la fórmula onomástica de un único individuo.
Esta pieza, que presenta signos de haber sido doblada, ha sido Interpretada como una tésera de hospitalidad, a pesar de que su forma y tratamiento no sea el habitual para este tipo de objetos, existiendo paralelos dentro del grupo de téseras laminares denominado por J. De Hoz como variante “pobre”, las cuales imitan, salvo algunas excepciones, siluetas de animales, y en las téseras laminares latinas de Paredes de Nava y la de Las Merchanas. No obstante, añadir, que esta interpretación generalizada no queda exenta de polémica, ya que a lo inusual de sus características se le une el hecho de que no es frecuente materializar este tipo de pactos de larga duración en un soporte tan frágil. 
Placa de bronce recogida por Schulten en el campamento romano de Peña Redonda
Por consiguiente, la institución del hospitium celtibérico pudo haber jugado el papel de mantenimiento de relaciones pacíficas a partir de pactos de mutua asistencia entre grupos tribales, así como para el aprovechamiento común de recursos y posesiones de las partes firmantes, como pastizales, acuerdos que poco a poco parecen extender su radio de actuación y que al alba de la romanización se plasmarían sobre bronce incorporando grafías, configurando el origen de las coaliciones indígenas que se vislumbrarán en las guerras celtibéricas contra los romanos.


b) Banquetes y ceremonias rituales

Por otro lado, contamos con algunos testimonios de las fuentes clásicas que nos ponen sobre la pista acerca de la celebración de banquetes y ceremonias rituales ligadas tal vez a la práctica de la hospitalidad. Especialmente significativo resulta el relato de Plutarco (Tib. Gr. VI) referido a las guerras numantinas, quien comenta que en el 137 a.C., bajo el gobierno del cónsul Cayo Mancino, tras el fracaso del cerco impuesto a la ciudad arévaca y ante el hostigamiento de los celtíberos, se vería obligado a retirarse sobre su campamento, sufriendo finalmente una derrota estrepitosa que llevaría a los propios romanos a capitular y pactar unas condiciones de paz que evitasen su destrucción total. Dicho acuerdo sería entendido como el reconocimiento de la independencia indígena en relación de amistad con la potencia invasora.
A partir de aquí el texto recoge lo siguiente:
“Cuanto quedó en el campamento lo tomaron o destruyeron los Numantinos. Había entre estos despojos unas tablas pertenecientes a Tiberio, que contenían las cuentas de su cuestura, y que en gran manera deseaba recobrar, por lo cual, retirado ya el ejército, volvió a la ciudad con tres o cuatro de sus amigos. Llamando, pues, a los magistrados de los Numantinos, les rogó que le entregaran las tablas, para no dar a sus contrarios ocasión de calumniarle por no tener con qué defenderse acerca de su administración. Alegráronse los Numantinos con la feliz casualidad de poder servirle, y le rogaban que entrase en la población, y como se parase un poco para deliberar, acercándose a él, le cogían del brazo, repitiendo las instancias y suplicándole que no los mirara ya como enemigos, sino que como amigos se fiara y valiera de ellos. Resolvióse, por fin, a hacerlo así, deseoso de recobrar las tablas, y temeroso de que entendieran los Numantinos que tenía desconfianza; y entrando en la ciudad, le convidaron a comer, interponiendo toda especie de ruegos para que comiera alguna cosa sentado con ellos. Restituyéronle después las tablas, y le propusieron que de lo demás del botín tomara lo que gustase; mas no tomó otra cosa que un poco de incienso, porque usaba de él para los sacrificios públicos, y con esto se retiró, saludándolos y despidiéndose con demostraciones de afecto”.
También, a partir del registro arqueológico de la ciudad arévaca se pueden tantear ciertas evidencias acerca de esta costumbre ritual, quién sabe si llevada a cabo en el interior de una instancia concreta destinada a tales fines. La singularidad de algunos de sus hallazgos parecen alimentar la idea sobre la importancia y el papel central que debió jugar Numancia respecto a toda la Celtiberia, destacando especialmente la aparición de figurillas de barro, sus características cerámicas pintadas y algunos vasos zoomorfos, objetos, todos ellos, estrechamente vinculados a las élites aristocráticas y posiblemente a algunas de dichas prácticas de comensalidad que se llevarían a cabo en momentos tardíos de claro contacto con la presencia de Roma.
En cuanto a las figurillas de barro, aparecidas mayoritariamente en el interior del poblado y fechadas entre los siglos III y el I a.C., fueron interpretadas inicialmente como juguetes (Wattenberg;1963), aunque parece más probable que tuvieran cierta significación simbólica a modo de exvotos o distintivos de prestigio, lo que no significa que ostentaran un significado único e inamovible. 
Figura de terracota con forma de caballo (Museo Numantino)


Entre las piezas más representativas, destacan dos caballitos exentos de barro (35 y 55 mm) y algunos prótomos de bóvidos y/o équidos, como la cabeza que contiene una esvástica pintada y que probablemente formara parte de una fusayola, o las dos cabezas de caballo sobre peana en forma de planta de pie.

También llaman la atención aquellas que debieron formar parte de apliques de vasos o del arranque de asas, entre los que destaca el fragmento de un cazo o simpulum en forma de prótomo de caballo, elemento relacionado con rituales de bebida, quizá indicador de la celebración de banquetes como el descrito por Plutarco. Del mismo modo, este tipo de hallazgos aparecen también en algunos yacimientos cercanos, como en Almaluez, donde se exhumaron multitud de figuras toscas de animales o en Langa de Duero, donde aparecieron otros dos caballos exentos.

Por otra parte, las cerámicas pintadas de Numancia presentan un contenido decorativo y una variedad iconográfica en la que abundan las figuras zoomorfas, adoptando a su vez diversas y variantes formas, entre las que predominan las jarras, seguidas de copas y cuencos, elementos que nos permiten aproximarnos a un uso, así como a un contenido simbólico relacionado con el almacenamiento y protección de alimentos sólidos y bebidas como la cerveza o el vino, además de la propiciación de la abundancia y riqueza de sus poseedores. En este sentido, muchas de ellas bien podrían haber sido utilizadas para la celebración de este tipo de pactos que se ven potenciados con la presencia romana, aunque desconocemos en gran medida el contexto en el que fueron halladas y la posibilidad de que hubiesen albergado otro tipo de usos, tanto domésticos, como comunitarios o cultuales. 
Jarra decorada con máscara de toro procedente de Numancia (Museo Numantino)
Por último, destacar el hallazgo de cuatro vasos zoomorfos, de los cuales dos representan bóvidos, otro un cerdo o jabalí y el último un forma de paloma con decoración incisa, que vendrían a completar la singularidad de este yacimiento en el que sin lugar a debieron sellarse muy distintos compromisos de hospitalidad amparados bajo la protección de una divinidad tutelar. 
Cerámica con forma zoomorfa de jabalí procedente de Numancia (Museo Numantino)
A todo esto, añadir toda la serie de objetos metálicos que aparecen formando parte de los ajuares de las necrópolis celtibéricas, donde podemos constatar la práctica de banquetes rituales vinculados a un estatus social elevado. Nos encontramos con asadores de bronce o hierro, parrillas (La Revilla de Calatañazor y Monteagudo de las Vicarías), trébedes, varillas de hierro de sección rectangular (La Mercadera, Soria), algunos calderos de bronce como los dos de la necrópolis de Carratiermes, recipientes broncíneos probablemente importados, como los vasos hallados en Quintanas de Gormaz, Monteagudo de las Vicarías, La Mercadera, o el simpulun para realizar libaciones en los sacrificios de Carratiermes, todos ellos testimonios de la celebración de exequias entre las élites guerreras (Lorrio Alvarado; 1997)
c) Colaboración y alianzas intertribales
En cuanto a la colaboración y mutua asistencia entre pueblos celtiberos, únicamente las fuentes nos proporcionan algunos ejemplos a partir de sus enfrentamientos con Roma.
En primer lugar, contamos con los acuerdos alcanzados por el propio Tiberio Sempronio Graco, que con el fin de sofocar los continuos conflictos que estallaban en las regiones limítrofes de las nacientes provincias Citerior y Ulterior entre el 178-79 a.C., tuvo que recurrir a implementar un posible sistema de pactos de hospitalidad con las poblaciones más próximas a la frontera, repitiendo así a su favor viejos modelos políticos y sociales que venían funcionando y que eran propios de la poblaciones indígenas.
Caballería celtibérica (Ilustración: https://revistadehistoria.es)
Por otro lado, tenemos la alianza alcanzada entre los belos y titos de la ciudad de Segeda con los numantinos, siendo estos últimos los que les acogerían a los primeros tras haber roto su pacto con Roma al ampliar las murallas de la ciudad. Este hecho trascendental que llegaría a cambiar nuestro calendario, adelantando el comienzo del año a las kalendas de enero para facilitar una pronta llegada de las legiones, supuso la creación de una coalición celtibérica en Numancia que juntaría 20000 infantes y 5000 jinetes en torno a un caudillo común llamado Caro, (Apiano, Iber., 45).
El fracaso del cónsul Nobilior enviado por Roma para asediar Numancia, supondría un cambio de estrategia, la de minar la moral de la ciudad cortando el paso de los suministros que llegaban desde la celtibérica Uxama, aliada de la misma etnia. Finalmente, la empresa del cónsul no llegaría a buen puerto, como tampoco resultarían satisfactorios sus intentos de conseguir colaboración contra Numancia en otras muchas ciudades de la Citerior, que también le negarían la ayuda animadas por las victorias de la coalición celtibérica.
Del mismo modo resultan interesantes las noticias que llegan acerca de los acuerdos entre numantinos y vacceos en relación a los suministros que los del Duero Medio proporcionaban a los primeros durante la guerra de Numancia (Apiano, Iber., 87), razón por la cual el propio destructor de Numancia, Escipión, enviaría a sus tropas a asediar la zona, sirviéndose a su vez de tales movimientos para preparar a sus soldados de cara al ataque definitivo a la ciudad arévaca. No es la primera vez que ante la posibilidad de obtener la victoria frente a los numantinos, o bien tras un acuerdo de paz, los romanos se dedican a asediar a su aliado vacceo, como así harán las tropas de Marcelo y posteriormente, en el 153 a.C. las del impresentable Lúculo, que en busca de botín (o algo más) saquearía Cauca (Coca, Segovia), únicamente lograría un pacto en Intercatia (¿Villalpando, Zamora?) y finalmente sería frenado en Palantia (Palencia) gracias a la alianza vaccea con los cántabros. Esta coalición entre vacceos y cántabros volvería a resonar como posible ayuda a los numantinos que estaban siendo asediados por el cónsul Cayo Mancino en el 137 a.C., rumor que asustaría a los propios romanos ante la posibilidad de ser derrotados ante tal ingente número de bárbaros confederados, provocando una retirada malograda cuyas consecuencias fueron la firma de unas condiciones de paz impuestas.
Igualmente, podemos hacer mención a posibles coaliciones con territorios más lejanos, como sería el caso de las relaciones entre Numancia y los lusitanos acaudillados por Viriato, que si bien, en un primer momento (147 a.C.) llegaron incluso a prestar auxilio a los romanos contra éste, los éxitos encadenados del lusitano y quizás la necesidad de reabrir las rutas ganaderas trashumantes, lograrán convencer y animar a arévacos, titos y belos en una nueva rebelión (Apiano, Iber., 66) contra el poder de la potencia mediterránea.
Otros posibles pactos hospitalarios parecen entreverse, por ejemplo, en el caso de los habitantes de Lagni, que ante el asedio de las tropas romanas del cónsul Quinto Pompeyo en el 141 a.C., pedirán auxilio a sus aliados numantinos (Diodoro de Sicilia., XXXIII), quienes un año más tarde sufrirán un nuevo cerco con el objetivo de ser rendidos por hambre. Tras encadenar toda una serie de fracasos y ante la debilidad y agotamiento de su ejército, Q. Pompeyo por su cuenta y sin contar con el beneplácito del senado romano consigue firmar un falso acuerdo de paz con los también exhaustos celtíberos arévacos. Sin embargo, a la llegada del nuevo gobernador Pompilio Lenas, se le reprochará el acuerdo alcanzado con los numantinos, cosa que Pompeyo negará aún a pesar de tener los bolsillos llenos de monedas, provocándose una situación de contradicción que tuvo que ser derivada a la misma Roma, donde acudirá una embajada numantina (la segunda, después de la del acuerdo de paz con Metelo), que tras una dura negociación volvería con el pacto roto y la decisión de la reanudación de la guerra por decisión de Roma.
Por último, entrando de lleno en el épico episodio final de la caída de Numancia, no podemos olvidarnos de cómo el propio líder numantino Retógenes, tras conseguir romper el cerco de Escipìón, acude a pedir ayuda a las ciudades cercanas (Apiano, Iber., 93), circunstancia que nos lleva a Lutia, con quienes tenían lazos de parentesco (Apiano, Iber., 94) y de la que tan sólo se conseguirá el apoyo de los jóvenes, que bajo presiones de Escipión, serán delatados por los acianos de la ciudad y duramente castigados. 

Posteriormente a la caída de Numancia y tras varios años de paz, la diplomacia y los pactos entre pueblos volvería a hacer acto de presencia, en este caso tomando partido por alguno de los bandos romanos que se enfrentarían en las guerras civiles. Dentro de estas últimas, destacará Sertorio, quien demuestra su habilidad en el uso de una hospitalidad sumamente arraigada y habitual entre los celtíberos y que le hará ganarse la fidelidad y la devotio de buena parte de los indígenas, estrategia que emplearán años después Pompeyo y César.

Estos son, en suma, algunos de los ejemplos de colaboración y mutua asistencia entre pueblos celtiberos, que al igual que en las téseras de hospitalidad, aparecen en un contexto histórico muy tardío, posiblemente como continuidad de antiguas costumbres que hunden sus raíces en la Edad del Hierro, acaso al amparo de la necesidad de proteger el tránsito ganadero a través de territorios ajenos. 

3. POSIBLES CONTACTOS PASTORILES DOCUMENTADOS A TRAVÉS DE LA EPIGRAFÍA

De nuevo, para época celtibero-romana, algunos autores como Gómez Pantoja (1995, 2001), plantean la existencia de posibles desplazamientos de pastores trashumantes en base a la localización de hallazgos de lápidas funerarias procedentes de las ciudades arévacas de Uxama (Osma, Soria) y Clunia (Coruña del Conde, Burgos), las cuales se distribuyen a lo largo del trazado de la cañada Soriana Occidental que desciende hasta los invernaderos extremeños y béticos. En concreto, contamos con los testimonios de nueve clunienses en Cápara (Cáceres) y siete en Trêsminas (Portugal), otros cinco en Idanha-a-Velha (Portugal) y tres en Vigo; a lo que se unen los uxamensis argaelorum del epitafio de Cáceres, dos incripciones (quizá tres) que contienen un uxamensi aparecidas en las murallas de Segovia, otras dos más en León, e incluso un número impreciso de Argaeli en Segobriga (Cuenca), Caldas de Vizella (Portugal) y en un altar de Cacabelos (León).

Resulta llamativo que dentro del corpus de inscripciones latinas documentadas que hacen alusión a forasteros, sea amplia la representación de nombres procedentes de sendas ciudades arévacas, además de que la presencia de estas gentes debió ser considerada importante como para ser identificados como grupo social, llegando incluso a adoptar en algunos de los casos citados, un cognomen que derivaría del étnico de los uxamenses. No obstante, la llegada de estos forasteros no parece poder justificarse ni por tratarse de militares, ni por ocupar cargos públicos, pero tampoco pueden ser del todo explicados en base a migraciones relacionadas con la explotación minera, tal y como fueron interpretadas inicialmente, ya que en muchos de estos lugares este tipo de actividad no tendría especial relevancia. 

Lo cierto es que esta hipótesis resulta enormemente sugestiva, que de poder confirmarse a partir de la aparición de nuevos descubrimientos, vendría a confirmar lo que ya se intuye en base a la coincidencia con las rutas pastoriles que se han venido empleando desde tiempo inmemorial, aunque las dificultades de poder determinar este tipo de prácticas pastoriles resulte una labor casi imposible.

Lápida hallada en Segovia (CIL II, 2732) con la siguiente inscripción: “G(aio) · Pompeio · Mu/croni · Uxame/nsi · an(norum) · XC · sodales / f(aciendum) · c(uraverunt). “Sus compañeros hicieron que esto se le erigiera a Gaius Pompeius Mucro, ciudadano de Uxama, (muerto a) la edad de 90 años”.

Por otro lado, y siguiendo de nuevo a este mismo autor de referencia, podría reforzarse la idea del parentesco entre lusitanos y celtiberos teniendo en cuenta la onomástica que comparten y la difusión de determinadas instituciones, en la línea que ya recogiera el propio Plinio (His. Nat. 3,13) al caracterizar a los habitantes de la Beturia (actual Extremadura) como próximos a los celtíberos en lengua, religión y topónimos. En este sentido, a partir de la existencia de un cenotafio con epígrafe hallado allá por los años 60 del pasado siglo en Trévago (Soria), el cual alude a un augustobrigense (Muro, Soria), del que se dice “obit fine Arcobrigensium”, pudiera ser que no estuviese relacionado con la cercana Arcóbriga del Valle del Jalón (Monreal de Ariza), donde supuestamente se ha dicho que fallecería, sino con la otra ciudad que aparece citada por Ptolomeo (II, 5, 5) y que todavía no ha sido descubierta, probablemente ubicada en algún lugar entre Coria y Braga. Esta sospecha se basa en que la fórmula epigráfica empleada no es la habitual e incluso parece estar muy rebuscada, planteándose que “finis arcobrigensium” pudiera entenderse en el sentido de “región” o “comarca”, posibilidad que parece aún más viable gracias a la localización en Perales del Puerto (Cáceres) de un ara dedicada a Júpiter que sus editores creen que fue puesta por unos “vicani arcobrigenses” (Gómez Pantoja; 2001).
Cenotafio de Trévago (Soria), donde se puede leer: “M(arcus) · Culteri/co · Gustun/i · f(ilio) · Aug(ustobrigensis) · an(norum) XXX/V · obit · fine / Arcobrigen/sium · Marce/lus · f(aciendum) / c(uravit) · d(edicavitque)” 
Por último, se plantea la posibilidad de la presencia de pastores procedentes del Valle del Ebro en las Tierras Altas que separan las actuales Soria y La Rioja. Esta idea sienta sus bases a partir de los hallazgos en esta misma comarca, especialmente en Vizmanos, de un grupo de unas veintiséis estelas epigráficas romanas (siglo I d.C.) mayoritariamente funerarias, cuyo estilo y decoración se caracterizan por presentar bustos humanos de frente o perfil en sus cabeceras junto a imágenes expresionistas de bóvidos y équidos a los pies. Con todo, lo que las hace especiales es que los epígrafes que se sitúan en la parte central presentan una onomástica claramente iberizante (Espinosa y Usero; 1988; Espinosa, U.; 1992), con una mezcla de nombres personales romanos junto a otros de raíz más incierta, lo que ha llevado a sugerir que fuesen realizadas por grupos procedentes de la ribera del Valle del Ebro (Graccurris, Turiaso, Calagurris), con quienes comparten semejanzas, los cuales se sirviesen de los cursos altos de los ríos Cidacos, Alhama y Queiles como agostaderos para sus rebaños (Gómez Pantoja; 2001). Esta probabilidad vendría a explicar mejor cómo en un área de clara adscripción céltica (pelendona), existiese un reducto perviviente del iberismo de nombre desconocido, además de plantear que los movimientos ganaderos entre estas dos regiones vienen produciéndose in illo tempore
No obstante, el hecho de que también hayan aparecido cuatro altares votivos, diferentes en cuanto a decoración, morfología y onomástica, y de que éstos estén consagrados a divinidades acuáticas, ha llevado a proponer que las lápidas estuviesen relacionadas con un grupo de peregrinos forasteros atraídos por el potencial hidromedicinal que presenta la zona, cuyas fórmulas epigráficas fuesen distintas a la de las poblaciones locales que elaboraron los altares.


Estela funeraria hallada en Santa Cruz de Yangüas, Soria. (Foto de J.G. Pantoja)
Por nuestra parte, añadir que resulta interesante que alguno de estos altares parezca llevar el nombre de una divinidad que quizá fuese Pale, presente en las comarcas del Guadiana, donde tradicionalmente han trashumado los pastores de Yangüas desde la Baja Edad Media, si no desde mucho antes.

4. ÉLITES GUERRERAS AL CUSTODIO DE LOS GANADOS

Llegados a este punto, resulta evidente que existiesen desplazamientos ganaderos riberiegos al amparo de la hospitalidad practicada habitualmente entre las diferentes comunidades celtibéricas, lo que no quita que además empleasen la fuerza de grupos de guerreros ante la falta de entendimiento con otras poblaciones, o como medio de protección ante la posibilidad de sufrir asaltos. 

Es por ello que el pastoreo pudiese estar acompañado de la caballería, es decir, que a su frente estuviesen grupos armados de la aristocracia de los oppida, y más teniendo en cuenta que, como hemos visto, las cabezas de ganado pudieron haber sido utilizadas también en sus transacciones económicas y para sellar los propios acuerdos diplomáticos con otros grupos.

En este sentido, las sociedades de jefaturas celtibéricas legitimarían y regularían su poder en base a la guerra. Es a través de ella como se entra en la edad adulta, como se gana el prestigio, se ejerce la competitividad aristocrática y se consigue cohesión social, además del mecanismo por el que se obtienen bienes materiales (ganados, botines, etc.) para redistribuir dentro y fuera de la comunidad, y por supuesto la manera de alcanzar pactos, alianzas, redes de fidelidad, territorios y privilegios de paso que garantizarían la movilidad pastoril.

Dentro de este contexto cabría la posibilidad de que también se hubiesen producido formas de pastoreo móvil de larga distancia, ya que existen múltiples indicios sobre este tipo de prácticas que tradicionalmente siguieron llevándose a cabo en épocas anteriores al desarrollo de la Mesta. Al respecto y para ´la etapa prerromana, algunos autores como Sánchez-Corriendo Jaén (1997), proponen la revisión de los estereotipos aportados por las fuentes clásicas en relación al fenómeno del bandidaje que practicaron principalmente lusitanos y vettones, concepto que parece ir parejo al del pastoreo y que en realidad podría estar definiendo a gentes que hiciesen un tipo de guerra no oficial, carente del prestigio que otorgaba la mentalidad romana. Cierto es que a los ojos de Roma, la movilidad del ganado en largas distancias escaparía de su control político y militar, además de generar inestabilidad rompiendo las fronteras periódicamente con sus prácticas seminómadas. Pero más allá de esta imagen subjetiva que consideraba a los pueblos del interior peninsular como gentes montaraces y primitivas dedicadas básicamente al pastoreo, cuya miseria ante la falta de tierras alentaba su belicosidad y bandidaje, quizás estemos ante la realidad de verdaderos desplazamientos trashumantes que se toparon con la dificultad de continuar sus prácticas itinerantes a medida que los romanos se asentaban en los fértiles valles del sur y hacían de su suelo propiedad del estado.
Igualmente, este mismo autor, a partir del estudio de las fuentes clásicas, interpreta que las incursiones de lusitanos y de celtíberos sin especificar por las regiones de la Ulterior hasta los acuerdos de Graco del 175 a.C., coinciden con las fechas en las que los romanos se replegaban para pasar el invierno, es decir en el otoño, momento en el que se iniciarían los movimientos ganaderos hacia el sur, o bien a la primavera, justo a la llegada de un nuevo pretor, momento de reemprender el camino hacia los agostaderos serranos del norte. Tal sería el caso del ataque de Escipión Nasica en el 193 a.C. a un grupo de lusitanos que volvían de “devastar” la Ulterior, donde se describe al grupo indígena viajando en una larga columna con gran número de animales que dificultaban sus movimientos (Livio, XXXV,1). Así entre el 190 a.C. y el 181 a.C. se recoge al menos un enfrentamiento anual, a excepción de en el 183 a.C. en el que se dice que los lusitanos estuvieron quietos aprovechando la enfermedad del pretor P. Sempronio Longo, resultando un tanto curioso que no actuaran beneficiándose de la guardia baja del poder romano. 
Posiblemente la labor pacificadora de Graco, basada en una política de alianzas y pactos, fuese la causante de la ausencia de noticias de este tipo durante 25 años, reanudándose de nuevo la conflictividad en el 155 a.C., quién sabe si por una nueva interrupción del trasiego ganadero tradicional, razón que junto a los éxitos del caudillo lusitano Viriato, animarían a los numantinos a una nueva y definitiva rebelión.

En un espacio más cercano, se conoce el episodio acaecido en el141 a.C., siendo cónsul Quinto Pompeyo Aulo, quien tras no cosechar éxito alguno en la Celtiberia, emprende la retirada a Valentia (de nuevo en otoño), entreteniéndose durante el camino en la persecución y captura de un bandido llamado Tangino que estaba saqueando la margen derecha del Ebro (Apiano. Iber. 77). De nuevo, no sabemos si en realidad este supuesto saqueador de origen celtíbero o vascón, no estuviese transitando con sus ganados por zonas limítrofes (Sedetania, Zaragoza) conforme a las costumbres indígenas de libre circulación, hecho que pudo ser utilizado por el cónsul para obtener botín y maquillar sus fracasos.

A modo de conclusión
En definitiva, no resultaría imposible la posibilidad de que se produjesen desplazamientos importantes de grupos de población y ganados en busca de pastos a través de viejos caminos que con el paso de los siglos se convertirían en las cañadas que hoy conocemos, acompañados de una caballería armada que haría uso de toda una serie de acuerdos y alianzas guerreras que para momentos tardíos podrían tener su reflejo material en las téseras de hospitalidad y en las uniones intertribales que se materializan contra el dominio romano. 


El ganado como fuente básica de riqueza entre los celtíberos, generaría la competencia de sus elites por la posesión de pastos, el sustento del mayor número de cabezas y el control de vados y pasos serranos, razón por la que serían defendidos y protegidos no por meros latrones que actúan al margen de la sociedad, sino por verdaderas cofradías guerreras, potenciando la militarización de la sociedad celtibérica y su expansión (Sánchez- Moreno, 2006). Así, tal y como ha venido sucediéndose en tiempo histórico con la trashumancia, dichos desplazamientos podría haber ejercido de vehículo de trasmisión de ideas y objetos entre poblaciones que distan entre sí muchos kilómetros, configurando áreas que culturalmente comparten muchos elementos en lo que hoy llamamos la Hispania céltica o indoeuropea. 

Fueran o no desplazamientos que cubrieran largas distancias, disten mucho de lo que hoy día entendemos por trashumancia, existan múltiples matizaciones y siempre sin olvidar que nos movemos, nunca mejor dicho, por un terreno muy resbaladizo y opaco, resultaría probable, desde la hipótesis, que este tipo de actividades ganaderas tuviesen su germen en momentos más antiguos de lo habitualmente aceptado. 

Aquí acaba esta historia, que no es más que la de tus antepasados más y menos lejanos, para que el recuerdo de su sudor y los largos días al custodio del ganado no queden en balde. Ellos nos han traído hasta aquí, han forjado nuestra identidad, por mucho que el ruido del mundo moderno se empeñe en olvidarlo, en su recuerdo está nuestra semilla, lo que somos ahora, todo lo que necesitamos para dejar crecer nuestro árbol y guiar sus ramas en la buena dirección, despojándonos de la sombra de un falso progreso que alimenta la savia del más vasto vacío que haya conocido la humanidad. Seguiremos en pie mientras que nuestras raíces sigan firmes y sólidas, que suenen los cencerros una vez más, ¡pastores a extremar!


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