ARQUITECTURA GANADERA TRADICIONAL

En un tiempo en el que los pastores abandonaban los pueblos y marchaban a extremar, las mujeres celebraban reuniones nocturnas al calor de una vieja chimenea acampanada. Estos son los "trasnochos", momentos en los que se relataban viejas historias y leyendas que la memoria no ha podido enterrar mientras se cosía, hilaba y cardaba la lana. Aquí va el nuestro en particular...
A la hora de manejar el ganado ovino, el hombre tuvo que adaptarse al medio en el que quedaba inserto, practicando una trasterminancia rudimentaria que alternaba entre las zonas más altas, aprovechando los frescos pastos estivales, y las zonas más bajas y resguardadas, donde se pastoreaba en invierno.
En el sur de Soria, zona de predominio de la raza roya Bilbilitana, descendiente directa de la oveja celta, ha sido habitual la presencia hasta finales del siglo XIX de los llamados “chozones sabineros” o corrales, construcciones generalmente de planta circular en piedra, que cuentan con una característica cubierta vegetal realizada a base de madera de sabina albar a la que llaman barda. 

Estos corrales permitían la protección del ganado ante el ataque de depredadores, además de su resguardo en los calurosos días del verano en los que se pastoreaba de noche, sin olvidar que además garantizaban el control del rebaño, evitando que se comieran los sembrados.


Por otro lado, más cerca del término, estaban las parideras, que eran construcciones en piedra de estructura rectangular, formando en su interior tres naves separadas por columnas de madera de sabina o pino y una techumbre de tejas a dos aguas. Además, solían contar con un corral o sereno antecediendo a la entrada principal, que en Judes y en otros pueblos de la Sierra del Solorio se denominó “alar”, guardando por lo general, cierta similitud estructural con las tenadas del norte provincial, permitiendo así un mejor manejo y una mayor salubridad del ganado, siendo enormemente importantes para el refugio del ganado, de su propio propietario o incluso de otros ganaderos que puntualmente necesitaran su amparo, de ahí que aunque no se utilizaran permaneciesen siempre abiertas.


A la protección que ofrecían este tipo de construcciones, se le unían los perros, fieles acompañantes que velaban por la seguridad del rebaño, generalmente mastines de coloración parda o berrenda, lo cual les ayudaba a mimetizarse con las ovejas negras estantes y repeler mejor los ataques de depredadores, sobre todo de los lobos, considerados desde siempre por pastores y ganaderos como el enemigo más peligroso, por el que incluso se llegaban a pagar recompensas por su muerte.
Resulta paradójico que todavía hoy sigan habiendo voces que propongan su “control poblacional”, cuando apenas se cuenta entre veinte y treinta y cinco ejemplares de lobo en la provincia (según censo de 2012, aunque posiblemente muchos menos), la segunda con menor número de Castilla y León. 
Tal y como hemos visto, apriscos y mastines han permitido su coexistencia con la ganadería a lo largo de la historia, a lo que se le sumarían otros dispositivos modernos y el interés de una administración, a menudo ajena a los verdaderos problemas de los ganaderos y a la sabiduría atesorada por nuestros mayores.

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