INVIERNO MÁGICO: RITOS Y TRADICIONES SORIANAS

En un tiempo en el que los pastores abandonaban los pueblos y marchaban a extremar, las mujeres celebraban reuniones nocturnas al calor de una vieja chimenea cónica. Estos son los "trasnochos", momentos en los que se recordaba a los antepasados y se narraban antiguas leyendas mientras se cosía, hilaba y cardaba la lana. Aquí va el nuestro en particular ...

En lo que fuera la cuna de la Celtiberia, se siguen conservando infinidad de tradiciones de orígenes difusos relacionadas con el solsticio de invierno, que bien podrían despertar nuestro interés para su puesta en valor y recuperación, en el caso de que desgraciadamente se hayan perdido con el olvido de nuestros pueblos.  
  •  Ritos de fuego: el “Nochebueno” y las luminarias

En en la noche previa a la Navidad, se tiene constancia de la costumbre de colocar un gran tronco de madera en el hogar familiar, previamente seleccionado entre los mejores ejemplares del bosque, para que ardiese durante varios días. No se dejaba que se consumiera del todo y se le cubría de cenizas hasta el día siguiente que volvía a ser encendido, llegando a estar presente hasta el Año Nuevo o Reyes.
Estas noches giraban en torno a este ritual doméstico de fuego, que  aparte de calentar la casa para la reunión de toda la familia en fechas tan señaladas, servía como acto litúrgico para la renovación de un nuevo tiempo y ayudar al astro-rey a remontar en su recorrido celeste.
Es por ello que las cenizas generadas por la combustión de este gran tocón eran guardadas para posteriormente esparcirlas, bien en los tejados de las casas, como protección de rayos o granizos, bien en los campos y establos para propiciar la fecundidad. De la misma manera se solía guardar el tizón medio carbonizado sobrante, cuyas cualidades mágicas serían usadas para encender al año siguiente un nuevo “Nochebueno”.
Esta costumbre de origen precristiano estuvo muy extendida en sus diferentes manifestaciones por toda Europa hasta el declive definitivo del mundo rural, a mediados del siglo XX, recibiendo infinidad de denominaciones como Christbrand en Alemania; el Yule log en las islas británicas; Tréfoirlou cahofio y Bûche de Nöel en Francia, el Ceppo en Italia, etc. y por supuesto el árbol sagrado de navidad que honran y decoran en los países nórdicos durante la fiesta del JulYul o Yule.
También en la Península Ibérica estará presente bajo diversos nombres, como la “Tronca de Navidad”, “Tizón de Nadal” o el “Tió” de la zona del pirineo aragonés y catalán, el “Nataliuegu” asturiano, el “Tizón de Navidad” gallego que además se relaciona con las almas de los muertos de la familia, el “Madeiro de Natal” o “canhoto” portugués, “Leño de Navidad” en Extremadura o el “Nochebueno” castellano entre otros muchos. No obstante, entre los mejor documentados están los del País Vasco, donde la tronca de navidad u olentzero, tiene la misma denominación que el personaje mitológico que adoptando diversos aspectos (hombre verde, carbonero, santo o un ser monstruoso), sale del bosque durante la Nochebuena para castigar a los niños malos y premiar a los buenos con regalos que deposita junto al fuego del hogar. Personaje que en forma de muñeco suele pasearse y quemarse al finalizar la fiesta.
En Soria  la costumbre del “Nochebueno” se mantuvo en algunas localidades de la comarca de Pinares, en Tajahuerce y Barca. En esta última localidad, además se organiza una ronda de mozos que antaño contaba con la confección de un muñeco o “pericopajas” con el que bailaban sinuosamente las mujeres (prohibido por la Iglesia), y donde se produce una suelta de pájaros en el interior de la iglesia durante la misa. No obstante, este tronco sagrado de navidad también aparece como una torta grande de frutos secos que los ganaderos ofrecían a sus animales de labor (Tradición recogida por la maestra María Loreto Carnicero Díez en el año 1953, Archivo Histórico Provincial de Soria).

No obstante, la Iglesia lucharía incansablemente por erradicar estas costumbres paganas o darles un matiz acorde a su sistema de creencias. Al respecto valgan las siguientes palabras que encontramos en las Constituciones Synodales del Obispo Guevara del año 1541:

“Item nos contó que la Noche de Navidad echan un gran leño en el fuego que dura hasta el año nuevo que llaman “tizón de Navidad” y dan después para quitar las calenturas y como esto es rito diabólico y gentilicio anatemizamos y descomulgamos y maldecimos" (...)

Quema de un "Pericopajas" en el Carnaval de Soria. (http://www.desdesoria.es)
En estas mismas fechas, también común en muchas localidades sorianas hacer hogueras o luminarias en mitad del pueblo, como en Alcoba de la Torre, Alcubilla de las Peñas, Andaluz, Arenillas, Candilichera, Cañamaque, Centenera de Andaluz, Cubo de la Solana, Escobosa de Almazán, Estepa de San Juan, Fuentecambrón, Fuentepinilla, Hinojosa del Campo, Jodra de Cardos , Judes, Matalebreras, Matute de Almazán, Muro de Ágreda, Pinilla del Campo, Pozalmuro, Soliedra, Taroda, Tajahuerce, Tardajos, Ucero, Valdegeña y Valderrodilla.
A su vez, encontramos también que, por ejemplo, en Villaverde del Monte, a los vecinos nuevos se les daba en Nochebuena una suerte de leña con la única condición de que previamente debían haber pagado la "entrada a vecino".
  •  Bullicio y caos: Rondas, gallofas, zarragones y reinados de mozos

Por otro lado, también fueron comunes en nuestros pueblos las cuestaciones o gallofas, donde se pasaba casa por casa para conseguir alimentos para la merienda (diferente a los aguinaldos en los que los niños eran los protagonistas).
A veces, incluso solían estar acompañados de zarragones, figuras grotescas con elementos animalescos que asustaban o ejercían de bufones de forma similar al de otras mascaradas invernales de gran arraigo en Zamora, Galicia, cornisa cantábrica y toda Europa en general. Contamos con este tipo de  personajes en Valdegeña, saliendo el día 25 de diciembre a rondar a las mozas, en Villálvaro, recorriendo la localidad para anunciar la llegada de la navidad, Matanza de Soria y Villaseca de Arciel. En Rello, se pedían víveres con cencerros y posiblemente vestidos de zarragones, mientras que en Castillejo de Robledo y Peñalba de San Esteban eran auténticos pastores los que recorrían el pueblo con el sonar de sus cencerros, cascabeles y colodras.
Asimismo, se conoce la existencia de otros zagarrones para otras fechas, caso del de La Barrosa de Abejar, las danzas de paloteos de San Leonardo de Yagüe y en las de Santa Cruz de Yangüas, y en el Zarrón de Almazán. .
Los reinados de mozos también se dieron y se dan en Navidad en algunas localidades sorianas, especialmente de la zona oeste y en Burgos, como en Espejón, Santa María de Hoyas, Ucero, Navaleno, San Leonardo de Yagüe y más al sur en Monteagudo de las Vicarías y Romanillo de Medinaceli (donde a su término se dispara simbólicamente al rey y se le rocía con vino).
Generalizando, esta tradición consistiría básicamente en la petición de gallofa, cantar rondallas y disfrutar de comidas comunales, para lo que era preciso nombrar un alguacil, el mozo de menor edad, y un rey o alcalde, que le correspondía al de mayor edad, quien mandaba durante los 12 días que duraban las fiestas, multando a los desobedientes con dinero en efectivo para las meriendas o con algún que otro latigazo o azote en el culo. En algunos de estos reinados, como en Navaleno dos mozos se vestían de “bobos”, posible evolución de los zarragones, sirviendo la fiesta para el ingreso de los más jóvenes en la edad adulta.  
En el norte de la provincia eran más habituales los sorteos de novios durante las fiestas navideñas, juntando a los solteros para diversión de esos días, como en Yangüas, Santa Cruz de Yangüas, Arenillas y Matasejún  (aquí la pareja se alargaba durante todo el año), mientras que en Torrearévalo la costumbre se desplaza al día de San Fernando en mayo.
Igualmente, la Iglesia desde sus inicios trataría de erradicar o trasformar estas prácticas festivo rituales, denunciando mascaradas, comedias y coros de los primeros días del año, además de censurar que el pueblo se disfrazara de mujer, animal o seres fantásticos, como en el caso de San Juan Crisóstomo o San Máximo de Turín.
Un proceso similar viven los fili, druidas cristianizados de Irlanda y Gales, a quienes se acusaría de practicar la brujería, el exhibicionismo y toda una serie de ritos orgiásticos.
Por último y concluyendo con las costumbres navideñas sorianas, no podemos dejar de mencionar por su belleza y originalidad, el Traslado del Arca que se produce el día de Reyes entre las localidades de San Andrés y Almarza, quienes se la intercambian a mitad de trayecto (paraje de Canto Gordo) para alternar su custodia. En su interior se albergan los documentos relacionados con la posesión de una dehesa comunal compartida por estas dos localidades (más las ya despobladas Cardos y Pipahón) desde el siglo XIV, siendo una festividad laica a la que se le añadieron dos misas para consagrar el acto.

Traslado del Arca (elmiróndesoria.es)

  • A través del símbolo

En todas estas tradiciones parecen existir elementos de comportamiento que nos remiten a un pasado muy antiguo de origen indoeuropeo que vendría a coincidir con la finalización de los trabajos del campo, tras la siembra, momento en el que la familia campesina podía descansar del esfuerzo cotidiano.
El solsticio de invierno es el momento en el que se produce el nacimiento del sol y el comienzo de un nuevo ciclo que nos va devolviendo paulatinamente la luz. Por tanto, la primera connotación que tendrían este tipo de ritos es solar
Es así que entre los antiguos europeos, aunque no exclusivamente, se insiste particularmente en la renovación del mundo por la reanimación del fuego, que a su vez ayudaría a la eliminación individual (“Nochebueno”) o colectiva (fogatas exteriores o luminarias) de los males y pecados que quedarían purificados.
Este cambio de ciclo, implicaría a su vez, el cese de un intervalo temporal, la abolición del año pasado y del tiempo transcurrido, previo a la inauguración de una era, el Año Nuevo, lo que supone un nuevo nacimiento. Durante dicha interrupción, que vendría a abarcar los 12 días que separan Nochebuena de Epifanía, se permitiría el retorno de los muertos a la vida para visitar a las familias, y en definitiva, la vuelta al caos primordial que antecede simbólicamente a la creación que está por venir.
De tal manera, vemos como durante este periodo los fuegos se apagan y vuelven a encenderse, se determinan los presagios para cada uno de los meses del año, son tolerados los excesos, se propician casamientos y la iniciación de los más jóvenes, son comunes las inmersiones sociales del orden, etc.
Estamos por tanto, ante un tiempo en el que la fuerza del símbolo y el ritual resultan estrictamente necesarios para propiciar la fertilidad y la abundancia venidera, cuyo reflejo bien pudiera haber quedado impregnado en los zarragones, gallofas, aguinaldos, rondas, entronizaciones de reyes, etc., que se abren paso en estos momentos en los que no parece haber límites entre lo natural y lo sobrenatural.
Esta renovación equivaldría a recordar una y otra vez diferentes momentos del acto de la creación y para ello se haría necesaria la expulsión de ciertas fuerzas extrañas y difusas por medio de ruidos, gritos o golpes. Es por ello que tanto que tanto los reyes locos como el “pericopajas”, suelen morir al final de su mandato temporal.
Por otra parte, la simbología del “Nochebueno” también estaría relacionada al simbolismo de los árboles, concebidos desde la prehistoria como arquetipos generalizados que representaban el centro del mundo y la conexión entre la tierra y el cielo (axis mundi). Así, alcanzaron en muchas culturas un carácter sacro, como árbol de la vida y de la renovación cíclica, al que se le trasmite los deseos de prosperidad y abundancia, tal y como lo es el roble de los celtas (del que se apuntara que procediese la palabra “druida”). 
Del mismo modo, muchos antropólogos vinculan al árbol con un antepasado mítico de la comunidad, cuyo espíritu bajaba a la tierra en momentos concretos como éste, al mismo tiempo que simboliza el crecimiento de una familia y de una comunidad y la fortaleza.

No obstante y siguiendo a Mircea Eliade, todo símbolo es polisémico, de ahí que quepan  todos sus sentidos posibles. A todo esto se le sumaría el recuerdo de viejos cultos en honor a la divinidad irania del cielo y la luz Mitra, así como a las celebraciones romanas del ciclo de invierno, que a su vez vendrían a asimilar y adaptar las celtibéricas en cuanto a que se tratan de festividades relacionadas con el ciclo agrario. 
Tal sería el caso del desenfreno y la inmersión social del orden que se producía en las Saturnales, justo antes del nacimiento del Sol Invictus; de los festejos de tipo burlesco protagonizados por mujeres en la fiesta de Háloa (26 de diciembre), dedicada a la diosa Ceres; o de las Dionisíacas, que servían para romper con la rigidez de los modales mantenidos durante todo el año.
Para el Año Nuevo, en las Kalendas de Ianuarius, los romanos adornaban las mesas con manjares especiales, ramos y luces, brindaban sacrificios a sus antepasados y ofrecían a Jano una torta hecha de harina de trigo amasada con sal y vino, además de intercambiar obsequios y presentes, y de disfrazarse de figuras monstruosas.

Valga recordar que el origen de que el año empezara en enero se debe a la necesidad de los romanos de llegar a tiempo a su conquista del interior de Celtiberia, cuando los habitantes de Segeda (Mara, comarca de Calatayud, Zaragoza) marcharon a pedir ayuda a los numantinos en el 153 a.C. Fue entonces cuando se adelantaría el nombramiento del cónsul que dirigiría la guerra a las Kalendas de enero, en vez del 15 de marzo (idus de marzo) como era costumbre.


Sean felices durante estas festividades y recuerden, si ven, escuchan o tienen ocasión de presenciar alguna tradición ancestral que aún perviva en nuestras tierra, cada vez más homogénea y ajenas a sus raíces, no duden en darle el valor que tienen e intenten recuperarlas, si es que ya cayeron en el olvido.
Que el calor del viejo tronco navideño nos ayude a reconciliarnos con nuestros orígenes para inspirarnos en busca de un futuro donde brille la luz de este nuestro Sol renaciente e invicto.

(Texto resumido y adaptado para Soria del artículo “EL TRONCO SAGRADO DE NAVIDAD: UNATRADICIÓN PAGANA PARA EL SOLSTICIO DE INVIERNO”)

Bibliografía:

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